LO BELLO Y LO TRISTE
Yasunari Kawabata
Leído por vez primera en 1987
(...) ¿Qué eran los recuerdos? ¿Qué era ese pasado que él recordaba con tanta nitidez?
(...) ¿Acaso la nitidez de aquellos recuerdos no significaba que ella no se había separado de él?
(...) - No me importa que dure sólo cinco o diez días, pero necesito a a alguien que pueda hacerme olvidar completamente de mí misma.
- Eso es mucho pedir, aun en le matrimonio ¿no le parece?
- He recibido propuestas matrimoniales, pero ese tipo de devoción no cuenta. No quiero preocuparme por mí misma. Como ya le dije: odio las emociones moderadas.
- Parecería sentir que debe suicidarse a los pocos días de haberse enamorado de alguien...
- No temo al suicidio. Lo peor que puede ocurrir es que uno se harte de la vida. Me sentiría planamente feliz si usted me estrangulara... después de haberme usado como modelo.
(...) - por la en que las miras, juraría que ves una especie de belleza potente y añeja que irradia de ellas. Pero una piedra es una piedra...
(...) – supongo que en una mujer, hasta el odio es una forma del amor.
(...) si no hago ese cuadro ya, quizá no llegue a pintarlo nunca. Está a punto de convertirse en algo diferente... Está a punto de perder todo lo que puede haber en él de amor y de tristeza...
(...) – Quisiera saber a qué edad debe retirarse uno en la actividad literaria.
- El día de la muerte.
(...) Aquella mañana se descubrió a sí mismo lamentándose una vez más de la decadencia del idioma.
- Antes, los eruditos sabían chino y escribían una prosa correcta y armoniosa. La gente no habla así. Todos los días aparecen palabras nuevas, simpáticas comos esas ratitas. Y, como a esas ratitas, no les importa lo que roen. Las palabras cambian con tanta rapidez que uno experimenta vértigo. Por eso su vida es muy breve, y aunque sobrevivan se vuelven obsoletas... como las novelas que escribimos. Es raro que alguna dure cinco años.
- Y bien, quizá baste con que una palabra nueva viva un día –dijo Fumiko.
(...) Lo miró con los ojos muy abiertos. Oki no estaba muy seguro, pero tenía la impresión que aquellos ojos tenían una mirada triste, casi vecina a las lágrimas. Por lo menos no era la mirada de una mujer que es acariciada.
(...) – Usted no debería pensar en esas cosas. Una muchacha tan joven que piensa así está a merced de los fantasmas del pasado. Quizá sea por eso que su cuello es tan estilizado y tan semejante al de un espectro. Bellísimamente fantasmal, por supuesto.
- El cuello esbelto significa que nunca ha amado a un hombre... Eso es lo que dice la señorita Ueno. Pero me enfurecería enamorarme, si eso me hiciera engordar.
(...) – ¿Se siente desdichada?
- Por supuesto que sí. ¡No puedo saber si soy feliz o no!
(...) Un día, mientras escribía una carta, Otoko abrió el diccionario para consultar el ideograma “pensar”. Al repasar los restantes significados (“añorar”, “ser incapaz de olvidar”, “estar triste”) sintió que el corazón se le encogía. Tuvo miedo de tocar el diccionario...
(...) En una ocasión en que él estaba haciéndole el amor, Otoko, en su delirio, le rogó que se detuviera. Oki aflojó su abrazo y ella abrió los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas y refulgían.
- Apenas te puedo ver, chiquito. Tu rostro está desdibujado, como si estuviera bajo el agua.
Hasta en esos momentos lo llamaba “chiquito”.
- ¿Sabes una cosa? Si tú murieras no podría seguir viviendo. ¡Simplemente no podría!
En los ojos de Otoko habían brillado lágrimas. No eran lágrimas de tristeza; eran lágrimas de entrega.
- En ese caso no quedaría nadie como tú para recordarme –había replicado Oki.
- No podría conformarme con recordar al hombre que he amado. Preferiría morir yo también. Y tú me lo permitirías ¿no?
(..) Verano a verano, la debilidad y la pérdida de peso de Otoko se iban haciendo más notables.
-¿A qué tónico se puede recurrir para evitar esto? –preguntó a su madre en una oportunidad-. En los periódicos aparecen avisos de muchas medicinas... ¿has probado alguna?
-Supongo que algo ayudarán –respondió la mujer con vaguedad y luego d una pausa prosiguió con tono diferente-: Otoko, la mejor medicina para una mujer es el matrimonio.
Otoko permaneció en silencio.
-¡El hombre es la medicina que da vida a la mujer! Todas las mujeres tienen que consumirla.
-¿Aún cuando se trate de un veneno?
-Aun así. Tú ya probaste el veneno y aún no lo admites ¿no? Pero yo sé que puedes encontrar un buen antídoto. A veces se necesita un veneno para contrarrestar otro veneno.
(...) El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.
Al aproximarse a los cuarenta, Otoko se preguntaba si el hecho de que Oki siguiera dentro de ella significaba que esa corriente del tiempo se había estancado, en lugar de seguir su curso. ¿O acaso la imagen que ella conservaba de él había flotado con ella a través del tiempo como una flor que avanza aguas abajo? Ella ignoraba cómo había flotado su propia imagen en la corriente de Oki. No podía haberla olvidado: pero, sin duda, el tiempo había corrido de manera diferente para él. Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes...
sábado, 14 de julio de 2007
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