ROMANCE DEL GITANO AL AMOR ENCADENADO
Bella es su nuca
bella su frente
y bello su perfil
aguantó lo que su boca pudo
pero tuvo que sucumbir.
Mil remansos eran sus labios
sus manos pétalos de alelí
le miró sus ojos sinceros
y tuvo que sucumbir.
Nocturnas aguas sus cabellos
su cintura, cadencia y fuego carmesí,
dejaba tenues estelas
con aroma de jazmín.
La rodeó sin aliento
y tuvo que sucumbir.
Zarza ardiente su corazón
su alma la tormenta por venir
hembra valiente y temerosa
hembra del comienzo al fin.
Por hombre, no pronunciaré
el sonido de su nombre,
pero si la han visto venir
comprenderán entonces
cuando un gitano
debe sucumbir.
domingo, 26 de agosto de 2007
Del amor ( I )
EL ABANDONADITO
No me brindaste lo que te pedí
no me miraste aquella vez
no nació de vos acompañarme
no me dijiste que me querías antes
no te importó que me hicieras llorar
te dije que no lo dijeras adelante de la gente
(y lo dijiste)
no te costaba nada haberme llamado
no me hacías partícipe
te hacías el tonto
querías ver televisión cada vez más seguido
tenías miedo que te pidiera que te animaras
iba a la peluquería y no te dabas cuenta
no me dijiste que me querías después
no sabía donde estabas
nunca arreglabas el botón del baño
me prometiste que ibas a llevarme al cielo
nunca toleraste a mi hermana
(ella te apreciaba)
te dije que te hicieras cargo
antes nunca me hubieses contestado así
gastabas toda el agua caliente
cortabas el diario y yo todavía no lo había leído
nunca estabas cuando te necesitaba
criticabas a las chicas de la facultad
siempre dejabas salpicado el inodoro
(nunca bajabas la tapa)
antes eras caballero
nunca me preguntaste por qué me levantaba a la madrugada
(te hacías el dormido)
tenías miedo que te pidiera que fueras un hombre
me cansé de decirte que me avisaras si se acababa el café
me fuiste dejando sola
tenía que poner pasacalles pidiendo que me hicieras el amor
no fuiste mi cómplice
no me escuchabas
así que ahora no me rompas
con tus mi amorcito en el contestador.
No me brindaste lo que te pedí
no me miraste aquella vez
no nació de vos acompañarme
no me dijiste que me querías antes
no te importó que me hicieras llorar
te dije que no lo dijeras adelante de la gente
(y lo dijiste)
no te costaba nada haberme llamado
no me hacías partícipe
te hacías el tonto
querías ver televisión cada vez más seguido
tenías miedo que te pidiera que te animaras
iba a la peluquería y no te dabas cuenta
no me dijiste que me querías después
no sabía donde estabas
nunca arreglabas el botón del baño
me prometiste que ibas a llevarme al cielo
nunca toleraste a mi hermana
(ella te apreciaba)
te dije que te hicieras cargo
antes nunca me hubieses contestado así
gastabas toda el agua caliente
cortabas el diario y yo todavía no lo había leído
nunca estabas cuando te necesitaba
criticabas a las chicas de la facultad
siempre dejabas salpicado el inodoro
(nunca bajabas la tapa)
antes eras caballero
nunca me preguntaste por qué me levantaba a la madrugada
(te hacías el dormido)
tenías miedo que te pidiera que fueras un hombre
me cansé de decirte que me avisaras si se acababa el café
me fuiste dejando sola
tenía que poner pasacalles pidiendo que me hicieras el amor
no fuiste mi cómplice
no me escuchabas
así que ahora no me rompas
con tus mi amorcito en el contestador.
jueves, 23 de agosto de 2007
Del amor y otras creencias paganas
¿Qué estado es ése que nos resulta tan alevoso e inaccesible, que nos hace buscar llaves para abrir inciertas puertas iniciáticas? Estado bello, misterioso y perturbador, estado de un más allá de este mundo en este mundo, escena violentamente distinta e inalcanzable, que se retacea, se entrega, se niega y se insinúa, en fragmentos, en haces de luz. ¿Qué estado es éste, de fragmentos grandiosos, estúpidos, tiernos, siniestros, cómicos, sísmicos, pleno de malentendidos, ataduras, ridiculez, de materia inolvidable y de ironía?
El amor nos completa y al mismo tiempo no nos consuela, tanto lo anhelamos... Es lo desconocido, lo que no se deja ver, y sin embargo habita los cuerpos de los amantes, contorneándolos, confundiéndolos. Y si el amor se muestra es aquello que como la brevedad de un relámpago, de un rayo de luz, se revela por un instante ante las miradas de los amantes, perturbadas por los destellos y resplandores que desprende su presencia. El amor, una posición, unos labios, un secreto, una epifanía.
Tierra virgen, territorio de inseguridades y no de definiciones. Quien la explora no sabe qué comienza a explorar-se, el amor nos incita a hacer algo, a intentar vivir de otro modo, a entrar en suspenso. Empezar a pensar a ser salvajes, a ser ese otro extraño, extranjero en su tierra. Cuerpo en pena, cuerpo de andar dificultoso y exultante. No se puede mostrar el amor, podemos mostrarnos en el amor, pero es él quien nos muestra a los otros y a nosotros. Y sin embargo insistimos, queremos rodearlo, lo citamos, lo aguardamos agazapados, hasta no saber quién es el que asedia, quién el asediado.
Codiciosos están los amantes de poseer las herramientas para llevar a cabo la más prestigiosa y reconocida técnica de la felicidad... y del desconsuelo... y del dolor. Técnica frankesteniana, que se desboca y desobedece a su creador, el amor se nos subleva y nos domina, torsionando su rostro de dicha y esplendor en desasosiego y espera. Gozo y laceración, el amar desata creencias y certezas, preguntas y sospechas, alturas y desbarrancamientos. Todo eso y nada de eso es el amor, renuente a las definiciones encorsetadoras y dominantes. El amor cuando se lo quiere definir, no acude a la cita y nos deja plantados, hablando y pensando solos, hasta extenuarnos de nosotros mismos.
Amamos, hacemos del otro nuestro objeto amoroso y nos entregamos en ofrenda al mismo tiempo: un pedido para ser el objeto del otro, para instituirnos en el otro, en intenso anhelo de que nunca nos destituya y por nada nos sustituya, esa escena temida, esa herida narcisista que no cierra, que supura de sí misma.
El amor nos completa y al mismo tiempo no nos consuela, tanto lo anhelamos... Es lo desconocido, lo que no se deja ver, y sin embargo habita los cuerpos de los amantes, contorneándolos, confundiéndolos. Y si el amor se muestra es aquello que como la brevedad de un relámpago, de un rayo de luz, se revela por un instante ante las miradas de los amantes, perturbadas por los destellos y resplandores que desprende su presencia. El amor, una posición, unos labios, un secreto, una epifanía.
Tierra virgen, territorio de inseguridades y no de definiciones. Quien la explora no sabe qué comienza a explorar-se, el amor nos incita a hacer algo, a intentar vivir de otro modo, a entrar en suspenso. Empezar a pensar a ser salvajes, a ser ese otro extraño, extranjero en su tierra. Cuerpo en pena, cuerpo de andar dificultoso y exultante. No se puede mostrar el amor, podemos mostrarnos en el amor, pero es él quien nos muestra a los otros y a nosotros. Y sin embargo insistimos, queremos rodearlo, lo citamos, lo aguardamos agazapados, hasta no saber quién es el que asedia, quién el asediado.
Codiciosos están los amantes de poseer las herramientas para llevar a cabo la más prestigiosa y reconocida técnica de la felicidad... y del desconsuelo... y del dolor. Técnica frankesteniana, que se desboca y desobedece a su creador, el amor se nos subleva y nos domina, torsionando su rostro de dicha y esplendor en desasosiego y espera. Gozo y laceración, el amar desata creencias y certezas, preguntas y sospechas, alturas y desbarrancamientos. Todo eso y nada de eso es el amor, renuente a las definiciones encorsetadoras y dominantes. El amor cuando se lo quiere definir, no acude a la cita y nos deja plantados, hablando y pensando solos, hasta extenuarnos de nosotros mismos.
Amamos, hacemos del otro nuestro objeto amoroso y nos entregamos en ofrenda al mismo tiempo: un pedido para ser el objeto del otro, para instituirnos en el otro, en intenso anhelo de que nunca nos destituya y por nada nos sustituya, esa escena temida, esa herida narcisista que no cierra, que supura de sí misma.
El subrayado como género ( V )
La última mujer y el próximo combate
Manuel Cofiño
Primera lectura en 1980
(subrayado en construcción linguística)
Manuel Cofiño
Primera lectura en 1980
(subrayado en construcción linguística)
sábado, 14 de julio de 2007
El subrayado como genero ( IV )
LO BELLO Y LO TRISTE
Yasunari Kawabata
Leído por vez primera en 1987
(...) ¿Qué eran los recuerdos? ¿Qué era ese pasado que él recordaba con tanta nitidez?
(...) ¿Acaso la nitidez de aquellos recuerdos no significaba que ella no se había separado de él?
(...) - No me importa que dure sólo cinco o diez días, pero necesito a a alguien que pueda hacerme olvidar completamente de mí misma.
- Eso es mucho pedir, aun en le matrimonio ¿no le parece?
- He recibido propuestas matrimoniales, pero ese tipo de devoción no cuenta. No quiero preocuparme por mí misma. Como ya le dije: odio las emociones moderadas.
- Parecería sentir que debe suicidarse a los pocos días de haberse enamorado de alguien...
- No temo al suicidio. Lo peor que puede ocurrir es que uno se harte de la vida. Me sentiría planamente feliz si usted me estrangulara... después de haberme usado como modelo.
(...) - por la en que las miras, juraría que ves una especie de belleza potente y añeja que irradia de ellas. Pero una piedra es una piedra...
(...) – supongo que en una mujer, hasta el odio es una forma del amor.
(...) si no hago ese cuadro ya, quizá no llegue a pintarlo nunca. Está a punto de convertirse en algo diferente... Está a punto de perder todo lo que puede haber en él de amor y de tristeza...
(...) – Quisiera saber a qué edad debe retirarse uno en la actividad literaria.
- El día de la muerte.
(...) Aquella mañana se descubrió a sí mismo lamentándose una vez más de la decadencia del idioma.
- Antes, los eruditos sabían chino y escribían una prosa correcta y armoniosa. La gente no habla así. Todos los días aparecen palabras nuevas, simpáticas comos esas ratitas. Y, como a esas ratitas, no les importa lo que roen. Las palabras cambian con tanta rapidez que uno experimenta vértigo. Por eso su vida es muy breve, y aunque sobrevivan se vuelven obsoletas... como las novelas que escribimos. Es raro que alguna dure cinco años.
- Y bien, quizá baste con que una palabra nueva viva un día –dijo Fumiko.
(...) Lo miró con los ojos muy abiertos. Oki no estaba muy seguro, pero tenía la impresión que aquellos ojos tenían una mirada triste, casi vecina a las lágrimas. Por lo menos no era la mirada de una mujer que es acariciada.
(...) – Usted no debería pensar en esas cosas. Una muchacha tan joven que piensa así está a merced de los fantasmas del pasado. Quizá sea por eso que su cuello es tan estilizado y tan semejante al de un espectro. Bellísimamente fantasmal, por supuesto.
- El cuello esbelto significa que nunca ha amado a un hombre... Eso es lo que dice la señorita Ueno. Pero me enfurecería enamorarme, si eso me hiciera engordar.
(...) – ¿Se siente desdichada?
- Por supuesto que sí. ¡No puedo saber si soy feliz o no!
(...) Un día, mientras escribía una carta, Otoko abrió el diccionario para consultar el ideograma “pensar”. Al repasar los restantes significados (“añorar”, “ser incapaz de olvidar”, “estar triste”) sintió que el corazón se le encogía. Tuvo miedo de tocar el diccionario...
(...) En una ocasión en que él estaba haciéndole el amor, Otoko, en su delirio, le rogó que se detuviera. Oki aflojó su abrazo y ella abrió los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas y refulgían.
- Apenas te puedo ver, chiquito. Tu rostro está desdibujado, como si estuviera bajo el agua.
Hasta en esos momentos lo llamaba “chiquito”.
- ¿Sabes una cosa? Si tú murieras no podría seguir viviendo. ¡Simplemente no podría!
En los ojos de Otoko habían brillado lágrimas. No eran lágrimas de tristeza; eran lágrimas de entrega.
- En ese caso no quedaría nadie como tú para recordarme –había replicado Oki.
- No podría conformarme con recordar al hombre que he amado. Preferiría morir yo también. Y tú me lo permitirías ¿no?
(..) Verano a verano, la debilidad y la pérdida de peso de Otoko se iban haciendo más notables.
-¿A qué tónico se puede recurrir para evitar esto? –preguntó a su madre en una oportunidad-. En los periódicos aparecen avisos de muchas medicinas... ¿has probado alguna?
-Supongo que algo ayudarán –respondió la mujer con vaguedad y luego d una pausa prosiguió con tono diferente-: Otoko, la mejor medicina para una mujer es el matrimonio.
Otoko permaneció en silencio.
-¡El hombre es la medicina que da vida a la mujer! Todas las mujeres tienen que consumirla.
-¿Aún cuando se trate de un veneno?
-Aun así. Tú ya probaste el veneno y aún no lo admites ¿no? Pero yo sé que puedes encontrar un buen antídoto. A veces se necesita un veneno para contrarrestar otro veneno.
(...) El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.
Al aproximarse a los cuarenta, Otoko se preguntaba si el hecho de que Oki siguiera dentro de ella significaba que esa corriente del tiempo se había estancado, en lugar de seguir su curso. ¿O acaso la imagen que ella conservaba de él había flotado con ella a través del tiempo como una flor que avanza aguas abajo? Ella ignoraba cómo había flotado su propia imagen en la corriente de Oki. No podía haberla olvidado: pero, sin duda, el tiempo había corrido de manera diferente para él. Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes...
Yasunari Kawabata
Leído por vez primera en 1987
(...) ¿Qué eran los recuerdos? ¿Qué era ese pasado que él recordaba con tanta nitidez?
(...) ¿Acaso la nitidez de aquellos recuerdos no significaba que ella no se había separado de él?
(...) - No me importa que dure sólo cinco o diez días, pero necesito a a alguien que pueda hacerme olvidar completamente de mí misma.
- Eso es mucho pedir, aun en le matrimonio ¿no le parece?
- He recibido propuestas matrimoniales, pero ese tipo de devoción no cuenta. No quiero preocuparme por mí misma. Como ya le dije: odio las emociones moderadas.
- Parecería sentir que debe suicidarse a los pocos días de haberse enamorado de alguien...
- No temo al suicidio. Lo peor que puede ocurrir es que uno se harte de la vida. Me sentiría planamente feliz si usted me estrangulara... después de haberme usado como modelo.
(...) - por la en que las miras, juraría que ves una especie de belleza potente y añeja que irradia de ellas. Pero una piedra es una piedra...
(...) – supongo que en una mujer, hasta el odio es una forma del amor.
(...) si no hago ese cuadro ya, quizá no llegue a pintarlo nunca. Está a punto de convertirse en algo diferente... Está a punto de perder todo lo que puede haber en él de amor y de tristeza...
(...) – Quisiera saber a qué edad debe retirarse uno en la actividad literaria.
- El día de la muerte.
(...) Aquella mañana se descubrió a sí mismo lamentándose una vez más de la decadencia del idioma.
- Antes, los eruditos sabían chino y escribían una prosa correcta y armoniosa. La gente no habla así. Todos los días aparecen palabras nuevas, simpáticas comos esas ratitas. Y, como a esas ratitas, no les importa lo que roen. Las palabras cambian con tanta rapidez que uno experimenta vértigo. Por eso su vida es muy breve, y aunque sobrevivan se vuelven obsoletas... como las novelas que escribimos. Es raro que alguna dure cinco años.
- Y bien, quizá baste con que una palabra nueva viva un día –dijo Fumiko.
(...) Lo miró con los ojos muy abiertos. Oki no estaba muy seguro, pero tenía la impresión que aquellos ojos tenían una mirada triste, casi vecina a las lágrimas. Por lo menos no era la mirada de una mujer que es acariciada.
(...) – Usted no debería pensar en esas cosas. Una muchacha tan joven que piensa así está a merced de los fantasmas del pasado. Quizá sea por eso que su cuello es tan estilizado y tan semejante al de un espectro. Bellísimamente fantasmal, por supuesto.
- El cuello esbelto significa que nunca ha amado a un hombre... Eso es lo que dice la señorita Ueno. Pero me enfurecería enamorarme, si eso me hiciera engordar.
(...) – ¿Se siente desdichada?
- Por supuesto que sí. ¡No puedo saber si soy feliz o no!
(...) Un día, mientras escribía una carta, Otoko abrió el diccionario para consultar el ideograma “pensar”. Al repasar los restantes significados (“añorar”, “ser incapaz de olvidar”, “estar triste”) sintió que el corazón se le encogía. Tuvo miedo de tocar el diccionario...
(...) En una ocasión en que él estaba haciéndole el amor, Otoko, en su delirio, le rogó que se detuviera. Oki aflojó su abrazo y ella abrió los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas y refulgían.
- Apenas te puedo ver, chiquito. Tu rostro está desdibujado, como si estuviera bajo el agua.
Hasta en esos momentos lo llamaba “chiquito”.
- ¿Sabes una cosa? Si tú murieras no podría seguir viviendo. ¡Simplemente no podría!
En los ojos de Otoko habían brillado lágrimas. No eran lágrimas de tristeza; eran lágrimas de entrega.
- En ese caso no quedaría nadie como tú para recordarme –había replicado Oki.
- No podría conformarme con recordar al hombre que he amado. Preferiría morir yo también. Y tú me lo permitirías ¿no?
(..) Verano a verano, la debilidad y la pérdida de peso de Otoko se iban haciendo más notables.
-¿A qué tónico se puede recurrir para evitar esto? –preguntó a su madre en una oportunidad-. En los periódicos aparecen avisos de muchas medicinas... ¿has probado alguna?
-Supongo que algo ayudarán –respondió la mujer con vaguedad y luego d una pausa prosiguió con tono diferente-: Otoko, la mejor medicina para una mujer es el matrimonio.
Otoko permaneció en silencio.
-¡El hombre es la medicina que da vida a la mujer! Todas las mujeres tienen que consumirla.
-¿Aún cuando se trate de un veneno?
-Aun así. Tú ya probaste el veneno y aún no lo admites ¿no? Pero yo sé que puedes encontrar un buen antídoto. A veces se necesita un veneno para contrarrestar otro veneno.
(...) El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.
Al aproximarse a los cuarenta, Otoko se preguntaba si el hecho de que Oki siguiera dentro de ella significaba que esa corriente del tiempo se había estancado, en lugar de seguir su curso. ¿O acaso la imagen que ella conservaba de él había flotado con ella a través del tiempo como una flor que avanza aguas abajo? Ella ignoraba cómo había flotado su propia imagen en la corriente de Oki. No podía haberla olvidado: pero, sin duda, el tiempo había corrido de manera diferente para él. Las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni siquiera cuando son amantes...
sábado, 30 de junio de 2007
El subrayado como gènero ( III )
DAMAGE
(una vez en la vida)
Josephine Hart
Leído en 2003
Existe un paisaje interior, una geografía del alma; nos pasamos la vida intentando descubrir sus contornos. Los que tienen la fortuna de lograrlo, fluyen como el agua sobre las aristas de una piedra y están a salvo.
(…) He vivido con ellos como un complaciente extraño en un entorno de belleza insatisfecha. Como un eficiente simulador, limaba pausada y silenciosamente las asperezas de mi ser.
(…) ¿No podría ser, por el contrario, que una infancia feliz fuera el peor preparativo para la vida?
(…) el romántico de niega a ver cambios en la persona que ama, o en la ciudad de la que conserva recuerdos sentimentales. En el fondo “romántico” viene a significar lo mismo que “falso”. ¿No te parece?
(…) En aquella época tú no me conocías, partiendo de esta ignorancia, las vidas de otra gente no pueden ser más que relatos. Las imágenes que te di hacían las veces de ilustraciones. Si mañana yo desapareciera de tu vida, eso es todo lo que tendrías. Las imágenes de un relato, gestos congelados en un marco.
(…) Siempre he creído que cuando la gente pregunta es que está dispuesta a oír las respuestas. Antes de eso sólo hacen conjeturas o intuyen la verdad. Pero no saben con seguridad. Cuando quieren saber, preguntan. En cualquier caso es peligroso.
(…) Conmigo llegas a tu límite. No podrías ir más lejos. (…) Lo que existe entre nosotros existe sólo en una dimensión. Intentar atraparlo entre los márgenes de una vida común nos destruiría a ambos. Tú nunca me perderás. Mientras viva. Nunca me perderás.
(…) La mención a mi padre me hizo evocar de golpe los días de la infancia hacía tanto tiempo olvidados. Los días en los que yo era tanto el hijo de mi padre como el padre de mi hijo.
(…) Estábamos en nuestro dormitorio. En el fondo nunca pensaba en él como nuestro. Y menos aún como mío. Era el dormitorio en que Ingrid y yo pasábamos esos momentos concretos de nuestro matrimonio, la habitación que narra la auténtica historia de un hombre y una mujer en ese extraño arreglo. Pero la historia no tiene otros testigos que los propios participantes.
(…) Nuestras miradas se cruzaron. Nos las arreglamos para desviarlas antes de que uno de los dos pudiera leer la verdad. La intimidad elíptica es la promesa matrimonial de los buenos compañeros. Promesas que ellos honran detrás de las puertas cerradas de dormitorios donde, atrapados en las tortuosas sábanas del deseo muerto, hacen uso del placer que les corresponde por derecho. Se convencen a sí mismos de que no han sido timados en esta ruleta de pasión desapasionada. Es un legado que pasa de generación en generación. El vínculo del buen matrimonio.
(…) me hablaban de una vida de la que yo había partido para siempre.
(…) ¿quién sabe adónde te puede llevar una conversación?
(…) Ingrid, escúchame. Martín está muerto. Se ha ido para siempre. Para siempre. Su vida se ha acabado. Escúchame Ingrid. Escúchame. Yo hice realidad su muerte. Déjame acarrearla. La llevaré siempre conmigo, nunca me desentenderé de ella. Deja que caiga sobre mí, Ingrid. Empújala hacia mí, empuja su muerte hacia mí. Respira hondo, Ingrid, respira hondo. Sobrevivirás a esto. Empuja la muerte de Martín hacia mí. Vivirás. Pásamelo. Pásame su muerte.
(…) Me senté junto a la ventana y contemplé la noche. Había luna llena en un cielo son estrellas. Me dije que casi nunca había prestado atención a ese tipo de cosas. Tal vez por una especie de falla espiritual. Una vaciedad heredada. Una nada transmitida de generación en generación. Un desperfecto de la psique que sólo descubren aquellos que lo sufren.
(…) Supe que algo se había resquebrajado. Que se había abierto una brecha. Supe que a partir de ahora contemplaría el mundo real desde una perspectiva nueva y vivida. La parte de mi vida que se había separado automáticamente era aquella con la que tendría que operar. En los próximos días debería habitar por completo esa pare de mí. La otra parte tendría que permanecer anestesiada para ser vivida más adelante, y posiblemente para siempre.
(…) En el fondo siempre hay una sola persona.
(…) Aunque pueda presentarse con espantosa brusquedad, el horror devora a su presa con lentitud. A lo largo de horas y días y años, extiende sus plomizas tinieblas por las cuatro esquinas del ser que ha conquistado. Mientras la esperanza se agota como la sangre de una herida mortal, una pesada debilidad se apodera de nosotros. La víctima se desliza en el inframundo, donde deberá buscar nuevas sendas en lo que ahora sabe serán tinieblas perpetuas. El horror me reclamaba. Ingrid y Rally tendrían que soportar terribles tristezas y dolor. Pero yo debía apartarlas del horror. Sólo así podría tener una oportunidad.
(…) Mantener unido un cuerpo y preservar un rostro son los primeros pasos para sobrevivir. La pena atrapada en la celda de acero de un cuerpo sigue siendo pena atrapada. Debatiéndose desesperadamente con músculos y huesoso, e incapaz de liberarse, inflige sus heridas de forma retardada. Las heridas internas que uno se lleva a la tumba no las revela autopsia alguna. Despaciosamente, la pena reposa y duerme, pero nunca muere. Con el paso del tiempo, acaba por acostumbrarse a su prisión entre el prisionero y su carcelero se establece una relación de respeto. Esto lo sé ahora y sólo ahora. Ingrid me había entregado a Martín. Y la noche pasada yo había arropado su muerte apartándolo de ella. La atesoraría. Y ella quedaría libre de ira y rabia., y de la culpa de los inculpados. La batalla que Ingrid mantenía ahora era con la pena. Y aunque la pena acabaría por triunfar, como mínimo la dejaría vivir. Lo que no es desdeñable.
(…) Es necesario que me aparte de ti. Yo fui un regalo envenenado. El regalo de dolor que buscabas con tanta ansiedad, la mayor recompensa del placer. Aunque enlazados en un frenético minué, seamos quienes realmente seamos o pretendamos ser, volamos libres. Como alienígenas en la Tierra, encontrábamos en todos y cada uno de nuestros pasos el lenguaje perdido de nuestro planeta. Tú necesitabas sufrir. Y ansiabas mi sufrimiento. Pero aunque no puedas creerlo, tu ansia de mí ha sido completamente satisfecha. Recuerda que ahora te resta tu propio sufrimiento. Será “todo, siempre”. Incluso si me encuentras yo ya no estaré allí. No pretendas algo que ya tienes. Los días y las horas que nos fueron adjudicados, y que ahora han desaparecido para siempre, son asimismo “Todo. Siempre”.
(una vez en la vida)
Josephine Hart
Leído en 2003
Existe un paisaje interior, una geografía del alma; nos pasamos la vida intentando descubrir sus contornos. Los que tienen la fortuna de lograrlo, fluyen como el agua sobre las aristas de una piedra y están a salvo.
(…) He vivido con ellos como un complaciente extraño en un entorno de belleza insatisfecha. Como un eficiente simulador, limaba pausada y silenciosamente las asperezas de mi ser.
(…) ¿No podría ser, por el contrario, que una infancia feliz fuera el peor preparativo para la vida?
(…) el romántico de niega a ver cambios en la persona que ama, o en la ciudad de la que conserva recuerdos sentimentales. En el fondo “romántico” viene a significar lo mismo que “falso”. ¿No te parece?
(…) En aquella época tú no me conocías, partiendo de esta ignorancia, las vidas de otra gente no pueden ser más que relatos. Las imágenes que te di hacían las veces de ilustraciones. Si mañana yo desapareciera de tu vida, eso es todo lo que tendrías. Las imágenes de un relato, gestos congelados en un marco.
(…) Siempre he creído que cuando la gente pregunta es que está dispuesta a oír las respuestas. Antes de eso sólo hacen conjeturas o intuyen la verdad. Pero no saben con seguridad. Cuando quieren saber, preguntan. En cualquier caso es peligroso.
(…) Conmigo llegas a tu límite. No podrías ir más lejos. (…) Lo que existe entre nosotros existe sólo en una dimensión. Intentar atraparlo entre los márgenes de una vida común nos destruiría a ambos. Tú nunca me perderás. Mientras viva. Nunca me perderás.
(…) La mención a mi padre me hizo evocar de golpe los días de la infancia hacía tanto tiempo olvidados. Los días en los que yo era tanto el hijo de mi padre como el padre de mi hijo.
(…) Estábamos en nuestro dormitorio. En el fondo nunca pensaba en él como nuestro. Y menos aún como mío. Era el dormitorio en que Ingrid y yo pasábamos esos momentos concretos de nuestro matrimonio, la habitación que narra la auténtica historia de un hombre y una mujer en ese extraño arreglo. Pero la historia no tiene otros testigos que los propios participantes.
(…) Nuestras miradas se cruzaron. Nos las arreglamos para desviarlas antes de que uno de los dos pudiera leer la verdad. La intimidad elíptica es la promesa matrimonial de los buenos compañeros. Promesas que ellos honran detrás de las puertas cerradas de dormitorios donde, atrapados en las tortuosas sábanas del deseo muerto, hacen uso del placer que les corresponde por derecho. Se convencen a sí mismos de que no han sido timados en esta ruleta de pasión desapasionada. Es un legado que pasa de generación en generación. El vínculo del buen matrimonio.
(…) me hablaban de una vida de la que yo había partido para siempre.
(…) ¿quién sabe adónde te puede llevar una conversación?
(…) Ingrid, escúchame. Martín está muerto. Se ha ido para siempre. Para siempre. Su vida se ha acabado. Escúchame Ingrid. Escúchame. Yo hice realidad su muerte. Déjame acarrearla. La llevaré siempre conmigo, nunca me desentenderé de ella. Deja que caiga sobre mí, Ingrid. Empújala hacia mí, empuja su muerte hacia mí. Respira hondo, Ingrid, respira hondo. Sobrevivirás a esto. Empuja la muerte de Martín hacia mí. Vivirás. Pásamelo. Pásame su muerte.
(…) Me senté junto a la ventana y contemplé la noche. Había luna llena en un cielo son estrellas. Me dije que casi nunca había prestado atención a ese tipo de cosas. Tal vez por una especie de falla espiritual. Una vaciedad heredada. Una nada transmitida de generación en generación. Un desperfecto de la psique que sólo descubren aquellos que lo sufren.
(…) Supe que algo se había resquebrajado. Que se había abierto una brecha. Supe que a partir de ahora contemplaría el mundo real desde una perspectiva nueva y vivida. La parte de mi vida que se había separado automáticamente era aquella con la que tendría que operar. En los próximos días debería habitar por completo esa pare de mí. La otra parte tendría que permanecer anestesiada para ser vivida más adelante, y posiblemente para siempre.
(…) En el fondo siempre hay una sola persona.
(…) Aunque pueda presentarse con espantosa brusquedad, el horror devora a su presa con lentitud. A lo largo de horas y días y años, extiende sus plomizas tinieblas por las cuatro esquinas del ser que ha conquistado. Mientras la esperanza se agota como la sangre de una herida mortal, una pesada debilidad se apodera de nosotros. La víctima se desliza en el inframundo, donde deberá buscar nuevas sendas en lo que ahora sabe serán tinieblas perpetuas. El horror me reclamaba. Ingrid y Rally tendrían que soportar terribles tristezas y dolor. Pero yo debía apartarlas del horror. Sólo así podría tener una oportunidad.
(…) Mantener unido un cuerpo y preservar un rostro son los primeros pasos para sobrevivir. La pena atrapada en la celda de acero de un cuerpo sigue siendo pena atrapada. Debatiéndose desesperadamente con músculos y huesoso, e incapaz de liberarse, inflige sus heridas de forma retardada. Las heridas internas que uno se lleva a la tumba no las revela autopsia alguna. Despaciosamente, la pena reposa y duerme, pero nunca muere. Con el paso del tiempo, acaba por acostumbrarse a su prisión entre el prisionero y su carcelero se establece una relación de respeto. Esto lo sé ahora y sólo ahora. Ingrid me había entregado a Martín. Y la noche pasada yo había arropado su muerte apartándolo de ella. La atesoraría. Y ella quedaría libre de ira y rabia., y de la culpa de los inculpados. La batalla que Ingrid mantenía ahora era con la pena. Y aunque la pena acabaría por triunfar, como mínimo la dejaría vivir. Lo que no es desdeñable.
(…) Es necesario que me aparte de ti. Yo fui un regalo envenenado. El regalo de dolor que buscabas con tanta ansiedad, la mayor recompensa del placer. Aunque enlazados en un frenético minué, seamos quienes realmente seamos o pretendamos ser, volamos libres. Como alienígenas en la Tierra, encontrábamos en todos y cada uno de nuestros pasos el lenguaje perdido de nuestro planeta. Tú necesitabas sufrir. Y ansiabas mi sufrimiento. Pero aunque no puedas creerlo, tu ansia de mí ha sido completamente satisfecha. Recuerda que ahora te resta tu propio sufrimiento. Será “todo, siempre”. Incluso si me encuentras yo ya no estaré allí. No pretendas algo que ya tienes. Los días y las horas que nos fueron adjudicados, y que ahora han desaparecido para siempre, son asimismo “Todo. Siempre”.
lunes, 11 de junio de 2007
El subrayado como género ( II )
Música para olvidar una isla
Victoria Slavuski
Leído por vez primera en 1994
(...) Al avistar desde las montañas del centro del mar y los acantilados del otrolado de la isla (...) desaparecí –o reaparecí-(...) nos sentimos seres microscópicos atrapados en otra escala, como si la isla y el mundo en general fueran sitios hechos a la medida de titanes monumentales, enormes como templos (...) la sensación de ser un punto, en realidad mucho menos que un punto en la inmensidad; el enorme alivio o libertad de volver a ser nada.
(...) decidió creer que las islas son parecidas a las personas, se unió a los pocos pero infinitamente fieles que decidimos alguna vez creer lo mismo, los que sabemos de esas cosas que Eladio llama “cosas de islas”. Creyó como nosotros que es verdad que las islas, como las personas, tienen tesoros escondidos, que como las personas las islas fueron asoladas en su infancia por piratas, como las personas provocan pasiones indomables, igual que la personas son un mundo completo con plantas y pájaros singulares que allí crecieron por condiciones precisas y que no pueden encontrarse en ninguna otra parte, isla o persona.
(...) usted sabe que en los otros tenemos un doble, especialmente cuando hay amor. Los gestos y acciones de una persona son percibidos por la otra como una danza y se van depositando en ella. Las imágenes de la persona, sus palabras, los movimientos de su cuerpo, se van grabando en la otra como un doble. Todo lo que pasa en el camino que se hace entre dos personas, como un pájaro, anida a la otra. En la separación muchas veces ese doble del otro no se va. No muere con la muerte de la relación. El pájaro, por diversos motivos, no se vuela, permanece, con su plumaje extendido. Por eso hay gente que mata o se mata por amor: lo que intentan, en realidad, es matar a ese doble.
(...) Nada es más valioso para el enfermo de amor que hablar de su enfermedad, que es como hablar del amado. Hablar de él es estar con él, a decir verdad, la única manera de estar con él, puesto que él no está. Así se crea ese círculo vicioso en que hablar de un amor que no existe, le da existencia. Verdadero hipocondríaco de las emociones, toda su parquedad es puras ganas de hablar, hablar, hablar hasta desaparecer en palabras. Desaparecer, su otro objetivo: estar enamorado de algo que casi no existe revela una intención obstinada de no querer existir. Yo pensaba que había que huir como de la peste del papel de confidente de los que sufren por amor, por ellos y por uno mismo, pero esa vez, por propia voluntad, iba a ponerme largamente en el cepo.
(...) ¿A qué llama haberse enamorado? A que la imagen de él empieza a extenderse por su vida como un halo de velocidad vertiginosa, superponiendo jirones de brillo en todo (...) ¿Cómo se ha enamorado? Perdidamente. ¿Cuándo? Demasiado tarde, ¿Por qué? Porque es imposible volverse atrás ¿Cuándo? Demasiado pronto. ¿Por qué? Porque es imposible volverse atrás. ¿Por qué volverse atrás? Porque la actitud de él ha sido y es ambigua, de miradas tangenciales, de mi vida misteriosa y es mejor callar que preguntar.
(...) del vértigo del amor que no es nada más que un movimiento que lleva lo que soy hacia lo que no soy, en torrente, en correntada.
(...) El Amante, regido por las leyes del corazón, que es como un pulpo, absorbe al Doble como un bordado tridimensional tejido en sus propios nervios y de su propia sangre, una red inextricable que vive en él, venas y arterias. Cuando el amado se va, a veces no se lleva a su Doble: la red que los unía se rompe, y el Doble queda en el Amante. Ahora, sin el alimento del Amado, gracias a los espejismos de la memoria, es un gólem, un muerto vivo que habita dentro del abandonado y que para subsistir lo consume, devorándolo.
(...) Cuando se despidieron en el aeropuerto, él encendió un fósforo y le dijo que el amor era así: cuando se encendía, nos e podía detener la combustión sin usar agentes extraños, y una vez que se apagaba, no se podía continuar la combustión ni aun usando agentes extraños.
(...) el riesgo es elevado. Decir la verdad es pone leña al fuego, acelerar el proceso tal vez cercenando posibilidades. Es acercarse al punto de cocción definitivo en el que ya no se podrá agregar o quitar nada que pueda cambiar el sabor final.
(...) Lo que más me intriga en este mundo es entender el amor erróneo, demoníaco porque es una difracción de lo sagrado (...) entenderlo era entender una serie de errores, uno de los cuales es “la inútil clarividencia del amor”, una clarividencia retroactiva y terriblemente inútil, por la cual se ve en el amado lo que es, ni lo que podría llegar a ser, sino lo que podría haber sido.
Victoria Slavuski
Leído por vez primera en 1994
(...) Al avistar desde las montañas del centro del mar y los acantilados del otrolado de la isla (...) desaparecí –o reaparecí-(...) nos sentimos seres microscópicos atrapados en otra escala, como si la isla y el mundo en general fueran sitios hechos a la medida de titanes monumentales, enormes como templos (...) la sensación de ser un punto, en realidad mucho menos que un punto en la inmensidad; el enorme alivio o libertad de volver a ser nada.
(...) decidió creer que las islas son parecidas a las personas, se unió a los pocos pero infinitamente fieles que decidimos alguna vez creer lo mismo, los que sabemos de esas cosas que Eladio llama “cosas de islas”. Creyó como nosotros que es verdad que las islas, como las personas, tienen tesoros escondidos, que como las personas las islas fueron asoladas en su infancia por piratas, como las personas provocan pasiones indomables, igual que la personas son un mundo completo con plantas y pájaros singulares que allí crecieron por condiciones precisas y que no pueden encontrarse en ninguna otra parte, isla o persona.
(...) usted sabe que en los otros tenemos un doble, especialmente cuando hay amor. Los gestos y acciones de una persona son percibidos por la otra como una danza y se van depositando en ella. Las imágenes de la persona, sus palabras, los movimientos de su cuerpo, se van grabando en la otra como un doble. Todo lo que pasa en el camino que se hace entre dos personas, como un pájaro, anida a la otra. En la separación muchas veces ese doble del otro no se va. No muere con la muerte de la relación. El pájaro, por diversos motivos, no se vuela, permanece, con su plumaje extendido. Por eso hay gente que mata o se mata por amor: lo que intentan, en realidad, es matar a ese doble.
(...) Nada es más valioso para el enfermo de amor que hablar de su enfermedad, que es como hablar del amado. Hablar de él es estar con él, a decir verdad, la única manera de estar con él, puesto que él no está. Así se crea ese círculo vicioso en que hablar de un amor que no existe, le da existencia. Verdadero hipocondríaco de las emociones, toda su parquedad es puras ganas de hablar, hablar, hablar hasta desaparecer en palabras. Desaparecer, su otro objetivo: estar enamorado de algo que casi no existe revela una intención obstinada de no querer existir. Yo pensaba que había que huir como de la peste del papel de confidente de los que sufren por amor, por ellos y por uno mismo, pero esa vez, por propia voluntad, iba a ponerme largamente en el cepo.
(...) ¿A qué llama haberse enamorado? A que la imagen de él empieza a extenderse por su vida como un halo de velocidad vertiginosa, superponiendo jirones de brillo en todo (...) ¿Cómo se ha enamorado? Perdidamente. ¿Cuándo? Demasiado tarde, ¿Por qué? Porque es imposible volverse atrás ¿Cuándo? Demasiado pronto. ¿Por qué? Porque es imposible volverse atrás. ¿Por qué volverse atrás? Porque la actitud de él ha sido y es ambigua, de miradas tangenciales, de mi vida misteriosa y es mejor callar que preguntar.
(...) del vértigo del amor que no es nada más que un movimiento que lleva lo que soy hacia lo que no soy, en torrente, en correntada.
(...) El Amante, regido por las leyes del corazón, que es como un pulpo, absorbe al Doble como un bordado tridimensional tejido en sus propios nervios y de su propia sangre, una red inextricable que vive en él, venas y arterias. Cuando el amado se va, a veces no se lleva a su Doble: la red que los unía se rompe, y el Doble queda en el Amante. Ahora, sin el alimento del Amado, gracias a los espejismos de la memoria, es un gólem, un muerto vivo que habita dentro del abandonado y que para subsistir lo consume, devorándolo.
(...) Cuando se despidieron en el aeropuerto, él encendió un fósforo y le dijo que el amor era así: cuando se encendía, nos e podía detener la combustión sin usar agentes extraños, y una vez que se apagaba, no se podía continuar la combustión ni aun usando agentes extraños.
(...) el riesgo es elevado. Decir la verdad es pone leña al fuego, acelerar el proceso tal vez cercenando posibilidades. Es acercarse al punto de cocción definitivo en el que ya no se podrá agregar o quitar nada que pueda cambiar el sabor final.
(...) Lo que más me intriga en este mundo es entender el amor erróneo, demoníaco porque es una difracción de lo sagrado (...) entenderlo era entender una serie de errores, uno de los cuales es “la inútil clarividencia del amor”, una clarividencia retroactiva y terriblemente inútil, por la cual se ve en el amado lo que es, ni lo que podría llegar a ser, sino lo que podría haber sido.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)