domingo, 30 de diciembre de 2007

Del lenguaje ( IV )

Amigo:

Sabés que hay acciones del espíritu enraizadas en el silencio. Acciones que no están constituidas por razones, sino por pasiones. El deseo de una presencia, el dolor que suscita una ausencia. Es difícil hablar o escribir de estas acciones, pues ¿cómo puede el habla transmitir con justicia la forma y la vitalidad del silencio? ¿cómo escribir la ausencia? Lo inefable se encuentra más allá de las férreas fronteras de la palabra. Es que el lenguaje –sabemos- acarrea necesariamente impurezas y fragmentaciones, es una posibilidad y al mismo tiempo un límite: sintaxis. Sin embargo posee una fuerza cautivadora, no podemos salirnos de él, nos arrebata y nos habita irremediablemente. Somos criaturas gramaticales.

El silencio es un ademán, un gesto, que evita el habla, la escritura. No encierra, sino devela. La palabra rasga, hiere aquello que nace de las profundidades del espíritu. Por más esfuerzo que hagamos, caemos en la traducción, que es alejamiento: una galería de espejos deformantes.

Acaso hablar nos haga estar en el mundo de la razón. Callar es habitar el mundo de la transrazón. En realidad ignoramos el nombre de ese mundo, pues es probable que en ese mundo no exista nominación alguna.

Querer el lenguaje para transmitir aquello que no tiene ciframiento lingüístico, hace que las mismas palabras nos vuelvan la espalda, y se escabullan de nuestra sensibilidad. Cuando hablamos de nuestro profundo sentir, caemos frecuentemente en una jerga. Nos convertimos en chapuceros linguísticos que buscamos palabras como objetos en un almacén de antiguedades, hablamos como torpes nadadores de agua dulce, de un territorio compuesto por mares de sangre. Pretendemos ser expertos catadores de palabras destiladas, que se constituyan en fiel reflejo de nuestros pesares y sentires.

Pero los vientos del espíritu no reconocen enólogo alguno, estos vientos no pueden ser embotellados y añejados. Caemos en un entendimiento ilusorio, falsamente reconfortante, ya que el lenguaje es un artefacto que puede producir belleza, más no la diáfana transparencia, o la ominosa oscuridad de otros mundos no linguísticos. Podemos investigar, experimentar, jugar con el lenguaje, querer manifestar lo que nos pasa.
Voy a jugar:

Adonde te escondiste, amigo, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste, presuroso, habiéndome herido,
cuando cuenta me dí, tras de ti clamando salí
-antes sólo hube reído-
Pero ya no estabas, eras ido
A los dioses rugí, y a tu sombra maldecí
Mas esas palabras negras se fueron diluyendo, no hicieron nido
El dolor no cesa, pues la distancia troca dura.
Descúbreme tu presencia y mátame el melancólico pensamiento
pues la dolencia por añoranza no se cura
sino con la presencia y la figura.


Hablar es adoptar una singularidad, una distinción producto de abandonar el silencio de la existencia, rumbo al sonido de la creación. El vientito que sale de los labios, no es anhelo, sino convención: sonidos apalabrados. Ya no luz, ya no música, ya no mirada, sino palabra.

Lo de mí doliente, no encuentra consuelo en la palabra, más trata de balbucear a través de ella. Lo que no cesa no es la palabra, sino el amor, y el dolor por la distancia, por la ausencia. El gesto del silencio rehúsa de la razón. Mas no reniego de la palabra, pues por ella nos conocimos, aún sabiendo que entre ella y el silencio media un cisma.

Del lenguaje ( III )

SUJETO INCIERTO

Aparecer en los ojos de quien lee estos párrafos es un aparecer con pretensiones. Son las de buscar un lugar fuera del poder donde no se erijan jueces, elegidos, ni detentadores de algún “saber estético” instituido. Escribir desde fuera de toda prescripción y sanción institucional, aun sabiendo que lo oscuro está allí, agazapado esperando persuadir, seducir, "querer asir".
Pretensiones de renunciar a engendrar la falta en el lector (“yo no sé escribir”, “yo no puedo escribir”, “yo no tengo el don, el talento”) para llenar esta falta con la arrogancia del discurso-poder.
Pretensiones de no ejercer un puesto en el Poder Legislativo del lenguaje, de que sordos ruidos oír se dejen y que martillen la conciencia del que consume los imperativos discursos: "amarás", "odiarás", "ambicionarás".
Pretensiones de escapar al sometimiento de las reglas del discurso y de las formaciones ideológicas, de hacerle trampas a la lengua, de sacarle la lengua a la lengua.
Pretensiones de esconderse de todo establecimiento linguístico, de burlarse del signo, jugando a revolver las palabras: literatura.

Del lenguaje ( II )

SIGNADO

Ocultarme de las palabras
censoras
alteradas.
No mirarlas
tragadoras
desnombradas
telepáticas.
No desearlas
imperiales
atiborradas
sucias
desarticuladas.
No guardarlas
robadoras
directrices
marcadoras
torcidas
prepotentes.
No atesorarlas
vividoras
obsenas
ateridas
agregadas
abandonadas.
Que no alcancen
la trémula luz.

Del lenguaje

Los seres humanos, desde el inicio mismo de la cultura, significamos nuestra experiencia a través de formas simbólicas, entre otras cosas, para hacerla intercambiable. Esa significación se produce a través de un “tráfico” de signos. El semiólogo U. Eco afirma que el signo constituye un instrumento de separación de la mera percepción, de la experiencia inmediata, imponiendo la abstracción. Elaboramos signos antes de emitir sonidos, de pronunciar palabras. Allí donde se instaura una forma observable de intercambio de signos, existe una cultura, es decir, adviene el lenguaje.

Es que somos, existimos y nos relacionamos a partir del lenguaje: a través de él es posible tener la primera organización del mundo, por él somos capaces de diferenciar objetos, reconocer sentimientos, describir situaciones y ubicarnos en la sociedad. Somos en el lenguaje, nuestra realidad sólo puede ser expresada a través de él, aunque también somos de lenguaje, no existe pensamiento sin lenguaje, ni posibilidad de conocimiento.

Todo acontecimiento, en tanto no sea estrictamente reductible a mecanismos naturales, es histórico, lo que incluye al fenómeno del lenguaje humano, puesto que no es reductible a aquellos mecanismos y por tanto, lo definiremos como acontecimiento histórico que entra en relación con otros acontecimientos de este tipo.

El lenguaje sirve de vehículo al pensamiento, que articula conceptos (formas de la abstracción). Nombrar no es poner una etiqueta a las cosas, sino categorizar, organizar el mundo interno y externo, si es que cabe la diferencia. Son las palabras las que vehiculizan ese poder conceptualizador: crean los conceptos tanto como éstos requieren de las palabras. Seríamos incapaces de distinguir dos ideas de una manera clara y constante sin el recurso del lenguaje.

Pese a su frecuente uso (o debido a ello), el lenguaje es un término de carácter polisémico y ambiguo, y los límites de su definición, en muchos casos, son borrosos e imprecisos. Además, la multiplicidad y variedad de sus usos implica que el término lenguaje remita a un fenómeno que puede ser analizado desde muy diferentes perspectivas, en relación con muy diferentes tipos de situaciones y en referencia a dimensiones de análisis de variada naturaleza, numerosos aspectos teóricos, metodológicos, planos de abstracción y objetivos diversos.

lunes, 24 de diciembre de 2007

De la mirada ( II )

Mirar: fijar la vista en. (Sinon.: admirar, contemplar, examinar, observar, ojear.| reconocer, ver, vigilar) | Estar situado hacia | Tener un fin u objeto: no mira sino hacia su provecho | Pensar, reflexionar: mire lo que ha hecho. || Fig. mirarse en una persona, complacerse mucho en ello.

Diccionario Larousse ilustrado


Tormenta, calma que le forma séquito o la anuncia, arcos que en el cielo desgarran tanto como unen, tempestades, estallidos, naufragios, ausencia de líneas estables, de formas definidas, ninguna diferencia permanente, el sol en el horizonte, amanecer u ocaso, materia y color en torbellinos, avalanchas, incendios de procedencia desconocida, elementos en fusión, confusión de elementos, toda esa extensión de agua es una hendidura en al piedra y el muro es vapor, tiempo desencadenado, ¿es el fin o el nacimiento de un mundo? Todo principio de orden ha desaparecido y sin embargo no hay destrucción ciega y furiosa. Es más bien la armonía finalmente hallada, la luz sola, la promesa cumplida de una metamorfosis.
El hombre está ausente. No es que haya muerto, sino que se ha desvanecido. No contempla ni es contemplado, aunque siga considerando un espectáculo, obra suya, este mundo que se hace, se deshace y se recompone sin él. El hombre ya se ha convertido en vestigio, en ruina, casi disuelto en lo invisible, como un edificio que se esfuma en los ocres, como una embarcación abandonada, como un reflejo de bruma.
En este momento Turner es para mí toda la pintura, y la pintura toda la realidad.
La pintura me atrapa sin anuncio previo, con un vértigo repentino, por oleadas sucesivas que llegan cada vez más lejos. Elocuencia de lo puramente sensorial, belleza que para mí reside en que con un mismo movimiento y en un mismo espacio finito el pintor puede convocar y conjurar el caos. Al hacerlo visible, necesariamente lo ordena. Una vez que la pintura me ha dado este azoramiento y esta certidumbre, puedo dedicarme a mis ocupaciones con el espíritu más perturbado pero con un paso más seguro. Ahora sé, por haberme acercado a ella, por haber cedido por un instante a su hechizo, que en un lugar aparte existe un espacio diferente. Me basta comprobar que existe. Ahora puedo volver a lo ordinario de los días, de lo otros y de mí mismo: puedo volver a confiar en las palabras, como si hubiera recobrado, al menos por un tiempo, hasta la próxima luz nocturna, la certeza que provienen de aquel espacio, de que el lenguaje no es obra del lenguaje. A veces tengo la impresión de que lo cotidiano, repetido y discontinuo, es sólo un intervalo entre dos telas pintadas, entre dos sueños olvidados.

J.B. Pontalis
El amor a los comienzos


VEO VEO

No brilla maravillosa
cuando conjura el pincel,
a duras penas, la cosa.

Si del contorno que posa
volumen labra cincel,
no brilla maravillosa.

Unos la llaman tramposa,
para otros recobra fiel
(a duras penas), la cosa.

No brilla maravillosa
sobre el espejo que acosa
no vemos luz, sino piel
de duras penas, la cosa.

Jorge W. Noriega


La función del arte/ 1

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—¡Ayudame a mirar!

Eduardo Galeano,
El libro de los abrazos


La oscuridad, la claridad

Según la luz hay, cosas que pueden aparecer
la oscuridad encierra secretos de tiempo atrás
la oscuridad, la claridad
mi tiempo es hoy, mi amor está
y en el vaivén
me hamaco y voy yendo de aquí a allá
es sombra hoy
lo que cierto día la luz será
la oscuridad, la claridad...
Hay sombra aquí
hay luz allá
La oscuridad, la claridad...

Jorge Cumbo
(canción)


Ver: percibir por medio de los ojos. (sinón.: divisar, entrever, percibir)/ Ser testigo de una cosa/ Descubrir, mirar, sorprender/ Conocer/ Prevenir, inferir: veo que va a estallar la guerra/ Encontrarse: se vieron en el paseo/ Hallarse: verse pobre y menospreciado.

Diccionario Larousse ilustrado

Ordinaria pretensión poética
perpendicular al mar

cuenta el observador

de aca se ve el agua
póngale
todos los adjetivos que quiera
gastelos
un poco mas
retuerzalos
invente
no esta mal
piensese en la arena
sobrevaluada
(no hay gente, solo dos o tres tipos)
esta nublado

cuenta el observado
de una necesidad
cadi terminal
de suspender por algunos instantes
un vacio mayor
del amor distante
del calor ausente

cuenta el mar
de un tipo a doscientos metros
mirándolo quieto
sin paz
como buscando
sin tiempo.

Bruno Albanese


El comportamiento aparente no informa sobre el sujeto ni sobre lo que su sensibilidad le hace experimentar. Lo que no es dicho, expresado, no puede ser conocido por ´el observador´, pero justamente lo que sucede en ´el observado´, indecible y no localizable por el observador, es lo más importante de su encuentro

Francoise Dolto

La travesía real del descubrimiento no consiste en buscar paisajes nuevos, sino en poseer nuevos ojos.

Marcel Proust


Los ojos de los pobres


¡Ah!, queréis saber por qué hoy os aborrezco. Más fácil os será comprenderlo, sin duda, que a mí explicároslo; porque sois, creo yo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que pueda encontrarse.

Juntos pasamos un largo día, que me pareció corto. Nos habíamos hecho la promesa de que todos los pensamientos serían comunes para los dos, y nuestras almas ya no serían en adelante más que una; ensueño que nada tiene de original, después de todo, a no ser que, soñándolo todos los hombres, nunca lo realizó ninguno.

Al anochecer, un poco fatigada, quisisteis sentaros delante de un café nuevo que hacía esquina a un bulevar, nuevo, lleno todavía de cascotes y ostentando ya gloriosamente sus esplendores, sin concluir. Centelleaba el café. El gas mismo desplegaba todo el ardor de un estreno, e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, los lienzos deslumbradores de los espejos, los oros de las medias cañas y de las cornisas, los pajes de mejillas infladas arrastrados por los perros en traílla, las damas risueñas con el halcón posado en el puño, las ninfas y las diosas que llevaban sobre la cabeza frutas, pasteles y caza; las Hebes y las Ganimedes ofreciendo a brazo tendido el anforilla de jarabe o el obelisco bicolor de los helados con copete: la historia entera de la mitología puesta al servicio de la gula.

Enfrente mismo de nosotros, en el arroyo, estaba plantado un pobre hombre de unos cuarenta años, de faz cansada y barba canosa; llevaba de la mano a un niño, y con el otro brazo sostenía a una criatura débil para andar todavía. Hacía de niñera, y sacaba a sus hijos a tomar el aire del anochecer. Todos harapientos. Las tres caras tenían extraordinaria seriedad, y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con una admiración igual, que los años matizaban de modo diverso.

Los ojos del padre decían: «¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso! ¡Parece como si todo el oro del mísero mundo se hubiera colocado en esas paredes!» Los ojos del niño: «¡Qué hermoso!, ¡qué hermoso!; ¡pero es una casa donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros!» Los ojos del más chico estaban fascinados de sobra para expresar cosa distinta de un gozo estúpido y profundo.

Los cancioneros suelen decir que el placer vuelve al alma buena y ablanda los corazones. Por lo que a mí toca, la canción dijo bien aquella tarde. No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, sino que me avergonzaba un tanto de nuestros vasos y de nuestras botellas, mayores que nuestra sed. Volvía yo los ojos hacia los vuestros, querido amor mío, para leer en ellos mi pensamiento; me sumergía en vuestros ojos tan bellos y tan extrañamente dulces, en vuestros ojos verdes, habitados por el capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijisteis: «¡Esa gente me está siendo insoportable con sus ojos tan abiertos como puertas cocheras! ¿Por qué no pedís al dueño del café que los haga alejarse?»

¡Tan difícil es entenderse, ángel querido, y tan incomunicable el pensamiento, aun entre seres que se aman!

Charles Baudelaire

De la mirada

LA MIRADA. ELEMENTOS PARA ANALIZAR
UNA ESCENA CONSTRUCTIVA

Oscar D. Amaya


Yo creo que uno mira los cuadros con la esperanza de descubrir
un secreto. No un secreto sobre el arte, sino sobre la vida. Y si lo
descubre, seguirá siendo un secreto, porque, después de todo, no se puede
traducir a palabras. Con las palabras lo único que se puede hacer
es trazar, a mano, un tosco mapa para llegar al secreto.
John Berger

Cuando en el alma despierta verdaderamente el sentimiento
de que el lenguaje no es un mero medio de intercambio para
el entendimiento mutuo, sino que es un verdadero mundo
que el espíritu debe poner entre él mismo y los objetos
mediante el trabajo interior de su fuerza, entonces el alma
está en el camino verdadero para, cada vez más, encontrar
y poner algo en él, es decir, en el lenguaje como mundo.
W. von Humboldt

Es preciso que nos acostumbremos a pensar que todo
lo visible está tallado en lo tangible, todo ser táctil está
prometido en cierto modo a la visibilidad, y que hay, no
sólo entre lo tocado y lo tocante, sino también entre lo
visible que está incrustado él, un encaje, un encabalgamiento
M. Merleau-Ponty


Querer comprender el significado de la mirada como una de las escenas de cruce entre lo que somos y lo que es fuera de nosotros, supone pensarla como un acto llevado a cabo por el sujeto, una organización del mundo, una forma de estructurar la realidad. “Todas las apariencias están continuamente intercambiándose: visualmente, todo es interdependiente. Mirar es someter el sentido de la vista a esta interdependencia”, afirma Berger. Una forma de aceptar el conjunto de lo real como visible, aceptable e incluso creíble, a sabiendas que no siempre se han dado como ciertos los mismos fenómenos.

Hoy parecería que no dudamos de lo que vemos en las pantallas de televisión o de lo que proponen las pantallas de las computadoras, sin embargo esto supuso en las prácticas culturales una adecuación respecto de las nuevas tecnologías que, obviamente, no siempre existieron. Del mismo modo que la aparición del libro implicó una forma de volver creíbles las narraciones que se leían, algo similar ocurrió cuando se desarrollaron las tecnologías de reproducción de los fenómenos visuales. Hoy, por ejemplo, la fotografía digital crece con un concepto de la práctica fotográfica que se inició con la primera gran oleada de difusión de la foto, pero que ahora se manifiesta de modo distinto. La cotidianidad que se fotografía actualmente no es la de nuestros familiares en su vida cotidiana, sino otra, desprovista de la solemnidad en la práctica del arte y de la consideración de lo que se muestra como algo único e irrepetible.

De todas maneras, el desarrollo tecnológico no modificará el hecho de que el mundo sigue y seguirá siendo un espacio por descubrir y toda ley que se formule respecto de su cognoscibilidad será necesaria y felizmente provisional. Porque como afirma Proust, la supuesta inmovilidad de las cosas que nos rodean, acaso sea una cualidad que nosotros les imponemos, con nuestra certidumbre de que ellas son esas cosas y nada más que esas cosas, con la inmovilidad que toma nuestro pensamiento frente a ellas.

Las tecnologías de la comunicación desde siempre han servido como mediaciones, como ortopedias refinadas. Toda tecnología construye nuevos mundos y maneras de vivir, desde la escritura a la imprenta, de la pintura a la fotografía o del cine a la videocámara. Si no estamos ya definitivamente en la posmodernidad no es sólo porque vivimos en un país pobre y desvastado, sino también porque, entre otras cosas, aún persistimos en ilusionarnos en lo que queda del sueño moderno, es decir, en el poder de la tecnología para mejorar la vida, para mejorar el destino, para mostrarnos un “futuro mejor”.

Estas tecnologías contribuyen a crear nuevas realidades que no sólo transmiten mensajes del mundo empírico, sino que diseñan nuevos mundos, o por lo menos nuevas versiones del mundo. El relato de un suceso no es el suceso en sí, y sí mucho más que su mera referencia. En la comunicación, el impacto de las nuevas tecnologías resultó no sólo cuantitativo, sino cualitativo, transformando en el escenario social, junto a otros fenómenos, prácticas, discursos y subjetividades.

Mirar y mostrar con arte, es decir, artificiosamente, transforma la mirada y al mismo tiempo la consideración de lo mirado. ¿Qué es un paquete de cigarrillos desechado y aplastado, el resto de un producto que aún muestra su marca comercial o un elemento del paisaje urbano de entidad semejante a un árbol o un río? ¿Lo que queda en un plato de comida es simplemente un resto de comida o algo que está más acá o más allá de la ingestión? ¿Una zapatilla o una alpargata desparejada y confundida en la tierra siguen siendo calzado, cuando ya no hay nada para calzar? Estas preguntas pueden interpretarse como artísticas, filosóficas y aun como políticas, pero vienen de mucho tiempo atrás. Se podrían formular de otro modo: ¿quiénes son Los Embajadores que pintó Holbein, qué sentido tiene su exposición y el disco que se reproduce en el inferior del cuadro?, ¿existen o existieron los mundos que mostró Miguel Ángel en la capilla Sixtina?, ¿quiénes están representados Las Meninas de Velásquez, quién es el protagonista de ese cuadro, es el pintor o el espectador que involuntariamente es incorporado a la escena? Alguien se preguntó al observarlo: ¿dónde está el cuadro?

Las imágenes en la cultura han sido desde siempre un aparato visual de constitución de la subjetividad colectiva y el imaginario socio-histórico. Suerte de “constructoras” de una memoria social, que intenta atrapar en la mirada un orden de pertenencia y reconocimiento prescripto para los sujetos de una cultura, proceso no exento de tensiones y conflictos entre el poder subversivo de la creación (la expresión de lo inexpresable a través de la mediación de lo sublime estético) y el poder político de control y dominio de los sujetos, que necesita también del arte para producir memoria y así legitimarse. Las imágenes que sostienen esta memoria, constituyen entonces un sistema de representaciones que establece lazos sociales con la subjetividad, tanto en la dimensión conciente como en la inconciente a este orden de pertenencia de carácter institucional e ideológico, porque fija continuidades que emplazan formas identitarias, o como afirma Nietzsche: “tenemos el arte para defendernos de la muerte”.

Pero es necesario precisar que el orden visible al que estamos acostumbrados no es totalizante, sino plural, lo que implica considerar órdenes coexistentes que se despliegan por doquier: “los cuentos de hadas, de fantasmas y de ogros eran un intento humano de reconciliarse con esta coexistencia. Los cazadores siempre lo tienen en cuenta, y por eso son capaces de leer signos que nosotros no vemos. Los niños lo perciben intuitivamente, porque les gusta esconderse detrás de las cosas, y desde allí descubren los intersticios existentes entre las diferentes gamas de lo visible”, afirma Berger (2004). Podríamos pensar además en médicos, detectives, artistas y otros oficios entrenados en “leer” lo visible, allí donde la mirada inadvertida nada encuentra para interpretar...

¿Dónde reside, entonces, la cuestión? En la singularidad de la mirada humana entre todo el universo de lo existente. Mirar no es únicamente convertir percepciones luminosas en imágenes mentales significativas. El mirar transforma y nos transforma. Lo que miramos nos configura y nos conduce a hacer. La mirada constituye la subjetividad por ser una escena continua, ya que prosigue incluso en el sueño. Cuando miramos, no sólo buscamos percibir; mirar es construir o por lo menos pretenderlo. El sujeto no es recolector o predador, sino constructor, y traza su ámbito y dimensión constructiva mediante la mirada. En la mirada, se encuentran las huellas del observador, hecho que produce una unión entre la experiencia del creador con la experiencia del que mira. El transcurrir y desarrollarse en la transformación del mundo, no es un suceder organizado por alguien, sin embargo, mirar ese suceder no puede no organizarse para la mirada que lo mira y que se ve implicada en él.

El otro y su mirada también nos constituye: cuando somos mirados nos convertimos en objeto para otro, su mirada nos sustrae de nuestra presencia exclusiva ante nosotros mismos: “la verdadera percepción de la alteridad del otro sólo se produce cuando yo soy objeto de su mirada”, afirma Gruner (2001). Se trata de un fenómeno de encuentro/desencuentro donde el otro se torna sujeto para nosotros. Es que cuando vemos a alguien, o incluso cuando miramos algo que nos resulta bello, la primera sensación que generalmente experimentamos es que representa un placer mirar a esa persona o a ese objeto o lugar. ¿Y si acaso el verdadero placer fuera otro, más estremecedor: el placer de ser mirado por esa persona, el placer de “estar presente” haciéndonos sentir junto a ese objeto, dentro de ese lugar? Somos concientes de nosotros mismos porque somos concientes de los otros: un sujeto es conciente de sí cuando reconoce en sí mismo a otro, y cuando además reconoce que es otro para sí mismo.

Lo otro que miramos en la escena de mirar, nunca zanja un cierto abismo de incomprensión, puesto que mirar y ser mirados produce en el intento de interpretar lo que sucede, sesgos de ignorancia, intentos por establecer un puente entre ese abismo, que puede en parte zanjarse por la existencia del lenguaje cuando se trata de un semejante, pero que fracasa cuando lo que miramos es el mundo, las formas de vida que están más allá de la reciprocidad lingüística.

No podemos pensar entonces en la posibilidad de una mirada despojada, exenta de interpretación: toda mirada asume, aún inadvertidamente, una práctica interpretativa y por ende un intento de transformación, ya que toda práctica de interpretación, en la medida en que problematiza la inmediatez de lo aparente, introduce una diferencia en el mundo, lo vuelve parcialmente opaco.

Estos fenómenos son los que se pretenden estudiar a lo largo del tiempo de la modernidad y del tiempo contemporáneo. Para ello, es importante seguir adentrándose en la historia acerca de los estilos artísticos de Occidente. Ello permitirá acceder a la forma en la que se fue representando la realidad a lo largo de los siglos. No siempre la mirada organizó la exposición de los objetos de la misma manera. Hasta un momento de la modernidad, la preocupación central fue la reproducción de los objetos que se veían. Luego comenzó a alterarse este intento porque hubieron fenómenos tecnológicos que realizaban esa reproducción de modo más eficaz.

Surgió entonces la presencia del pintor como sujeto que estaba interesado en transmitir su peculiar visión de una situación determinada: “yo no pinto las cosas, pinto sólo las diferencias entre las cosas”, nos dice Henri Matisse. El estilo se volvió más subjetivo y personal y, al mismo tiempo, se requirió que el espectador se comprometiera más en lo que veía para que pudiera compartir una experiencia determinada. Afirma Berger que toda imagen pintada anuncia algo: yo he visto esto. Entiende que la pintura constituye una afirmación de lo visible que nos rodea y que está continuamente apareciendo y desapareciendo. Posiblemente sin la desaparición no existiría el impulso de pintar, pues entonces lo visible poseería la permanencia que la pintura se empeña en encontrar, atrapar y fijar en el lienzo.

Estos fenómenos que se pueden rastrear en la historia del arte, se repiten con la multiplicación de las nuevas tecnologías en las diferentes formas de reproducción de la realidad. De modo que a su estudio e interpretación se dirige la bibliografía que figura en esta unidad como forma de acercamiento intelectual al fenómeno de la mirada. Pero también habremos de mirar, como forma de acercamiento sensible. Para ello será necesario observar pinturas, esculturas y formas arquitectónicas, entre las artes visuales clásicas, por ejemplo, en las que se pueda advertir la evolución de los estilos artísticos, buscando con ello desentrañar la correspondencia con otros fenómenos contemporáneos de la cultura que se entrelazan: la psicología y otras ciencias, la filosofía, pero también la política y la historia, que se hallan presentes de manera inexcusable.

Para este visionado existen un gran número de museos que cuentan con páginas web donde pueden verse obras de arte allí expuestas y realizar así un recorrido virtual por algunos de ellos. Son unos pocos, pueden visitarse muchos más. Algunas direcciones posibles son:
www.nationalgallery.org.uk ;
www.metmuseum.org ;
www.louvre.fr/espanol.htm ;
www.museoprado.mcu.es ;
http://www.firenzemusei.it/index1.html

Y a propósito de estas instituciones, una vez más Berger nos habla: “en los museos de pintura nos encontramos con lo visible de otras épocas y esto nos acompaña. Nos sentimos menos solos frente a aquello que nosotros mismos vemos aparecer y desaparecer todos los días. Hay tantas cosas que siguen siendo iguales: los dientes, las manos, el sol, las piernas de las mujeres, el pescado... en el reino de lo visible, todas las épocas coexisten fraternalmente, aunque estén separadas por siglos o milenios. Y cuando la imagen pintada no es una copia, sino el resultado de un diálogo, la cosa pintada habla, si nos paramos a escuchar”. Otro modo que se añade para comprender que mirar es una experiencia corporal, emocional e interpretativa, en la cual se conjugan vida y arte, donde el observador tiene la oportunidad de captar el advenimiento del espíritu del mirar: una escena con cadencias y silencios, que funda su propio tiempo y espacio.


La creación comienza en la visión. Ver ya es una operación creadora que exige un esfuerzo. Todo lo que vemos en la vida diaria sufre, en mayor o menor grado, la deformación que engendran las costumbres adquiridas... el esfuerzo para desembarazarse de ellas exige mucho valor, indispensable para el artista que debe ver las cosas como si las viera por primera vez: es necesario ver siempre como cuando éramos niños; la pérdida de esa posibilidad coarta la de expresarse de manera original, es decir, personal.

Henri Matisse

Bibliografía consultada

Berger, J. (2004) El tamaño de una bolsa. Buenos Aires, Alfaguara.
Berger, J. (1998) Mirar. Buenos Aires, eds. De la Flor
Gruner, E. (2001) El sitio de la mirada. Buenos Aires, Norma.
Marafioti, R. (2005) Problemática de la comunicación. Buenos Aires, UNLZ.
Matisse, H. (1993) Escritos y opiniones sobre el arte. Madrid, Debate.

De la pregunta ( II )

De la pregunta

ACERCA DEL PREGUNTAR Y DEL PREGUNTARSE COMO
PRACTICA DE PENSAMIENTO

Oscar D. Amaya



Toda obra es un viaje, un trayecto,
pero que sólo recorre tal o cual camino exterior
en virtud de los caminos interiores que la componen,
que constituyen su paisaje o su concierto

Gilles Deleuze


Lo nuevo no está en lo que se dice,
sino en el acontecimiento de su retorno

Michel Foucault

I.

Todo decir, todo discurso, sean cual sean los significantes que utilice (palabras, movimientos, trazos, melodías, etc.) debe enfrentarse al desafío de rehusarse a producir verdades acabadas, respuestas indiscutibles, saberes absolutos que desalojan las semillas del pensamiento: las dudas y las preguntas. La búsqueda de certezas es paradojal, ya que está atravesada por lo incierto, por lo inacabado. La pregunta se enfrenta a todo intento por castrar la curiosidad, y el asombro, indispensables para el proceso del pensar.

Lo que llamamos verdad “no nace ni se encuentra en la cabeza de un solo hombre, sino que se origina entre los hombres que la buscan conjuntamente, en el proceso de su comunicación dialógica” (Percia, 2002). La insistencia de la pregunta nos susurra que no hay una última palabra, toda pregunta llega a desalojar una creencia, ya sea porque la niega o la ignora, ya sea porque la cambia o la desarrolla.

Acaso el misterio del preguntarse no se resuelva con el de responderse. Ocurre que entre ambos actos, parece existir un intersticio. La aventura consiste en introducirse en ese hiato, en ese tiempo y espacio tan peculiar, entre una pregunta y una respuesta. Poder sostenerse allí, en ese silencio, para comenzar a experimentar una presencia, un acontecimiento que esté mas allá (o más acá) de las explicaciones.

Habitar este intersticio es experimentar aquello que no necesita sólo de razones, pues no necesariamente será comprendido únicamente a través del saber constituido, sino a través de la aventura del pensar, ya que no es mediante significados instituidos que accederemos a la experiencia de suspender el juicio, de demorar una respuesta. Quien pregunta ha producido cierta síntesis conceptual o sensitiva en su discurrir en torno a aquello que intenta comprender, la pregunta muestra el modo de pensar y sentir de quien pregunta.

Es que las respuestas a menudo encierran, por eso es importante ejercer la disciplina de dejar de reaccionar, de responder conceptualmente o con creencias, frente a la angustia que despierta un interrogante. La pregunta produce desasosiego, suspensión, interpela a la búsqueda y no requiere apaciguar prontamente la incertidumbre, sino transitarla.

Esta manera de afrontar la pregunta sin silenciarla con respuestas, nos permite sentir la ignorancia, soportar el no saber y aprender el significado instituyente que hay en ese sentir, que nos habla del misterio del desconocer, inherente a nuestra condición humana, manera que permite sentir el abandono que esto produce, abandono que no se resuelve con sustituciones, con respuestas cabales, tranquilizadoras.

Con estas dudas, con estos interrogantes, con estos haceres erráticos, con estas deformaciones estamos en el mundo. (...) Esta formulación nos remite nuevamente al interrogante sobre el ser, pero sobre un ser en constante mutación, no la pregunta por la esencia, ni por las trascendencia, sino la pregunta por ese ser en autoproducción constante, autoproducción inmanente a la producción de realidades que su práctica y su teoría producen. Práctica y teoría que son acción, no una práctica como “bajada” de unos conceptos teóricos, ni una teoría como “subida” al cielo de los conceptos de unas acciones prácticas.
(...)
Retomar la pregunta por nuestro hacer desde esta posición, nos impone abandonar el camino que nos lleva a la reducción en su faz técnica del complejo proceso de producción inmanente en cada práctica, fragmentando el proceso y al sujeto de este proceso.
(...)
Si en cambio transformamos la pregunta por la práctica, por nuestro hacer, pensándola como un proceso de producción, si en vez de preguntarnos ¿qué hacer?, nos interrogamos por ¿qué hacemos ser cuando hacemos?, estaríamos poniendo el acento sobre el ser, sobre el tipo de subjetividad que produce nuestro hacer, encontrándonos en mejores condiciones para recobrar la potencia para la creación, para la invención de lo nuevo, para la autoproducción.
(1)


II.

Necesitamos, queremos respuestas, deseamos conocimientos, experimentamos la necesidad de defendernos ante lo distinto, lo ignorado. La respuesta es una reacción que aparece a la manera de un mecanismo de defensa ante el temor. La práctica de pensamiento es el tiempo de investigar la acción y reacción, investigar el intervalo entre el pedir y el recibir, a fin de maximizar su presencia. Esta presencia es de una naturaleza diferente a la del dualismo pregunta-respuesta. Aquí no hay ninguna necesidad de demostrar algo, no hay obligaciones, ni búsqueda de semejanzas o diferencias.

Antes de convertir, de disolver la pregunta en una respuesta, parece necesario darle albergue un tiempo significativo “como una madre expande su seno para que la criatura crezca en ella. La respuesta prematura es un aborto de la indagación de la vida”. La interpelación que produce la pregunta viene a enjuiciar la aparente seguridad de la respuesta, como afirma Kovadloff: “en un mundo que cree disponer más respuestas que las que efectivamente tiene, preguntar se vuelve imperioso para poner al desnudo el hondo grado de simulación y de jactancia con que se vive”.

Es así que antes de responder cualquier interrogante, es esencial suspender el juicio y prolongar la recepción del mensaje otorgando una delicada atención al instinto de reacción o a la respuesta convencional, a fin de observar esta dinámica que funciona como obstáculo a la hora de comprender la riqueza de aquello que nace con la pregunta y se desarrolla cuando la respuesta es suspendida. El acontecimiento desprenderá un suceder, una danza en que la respuesta será un gesto que recomienza.

La infancia, esa temporada de la existencia que el adulto deja diluir sin remedio, constituye un espacio de la vida en que las preguntas son motores para la interpretación del mundo. Frente a lo inquietante de las preguntas de los niños, el adulto dice “qué ingenioso”. A la gravedad de sus interrogantes la diluye exclamando “qué divertido”. La belleza de la pregunta es transformada en la sentencia “qué insólito lo que dice”, y frente a la radicalidad de ellas reacciona tiernamente ensalzando la expresión de una inocencia, fruto de un “alma pura”.

La adultez cancela muchas veces la osadía que posee la infancia. Los niños “se atreven a quedar en la intemperie, a soportar los enigmas impuestos por una realidad que, rompiendo su cascarón de docilidad aparente, se planta ante ellos revulsiva, irreductible, misteriosa y desafiante”, afirma Kovadloff. La infancia emerge como un momento vital que asume la responsabilidad de preguntar.


No hay regreso. Cada llegada es una partida, un errar recomenzando sobre los territorios de la tierra, el mar, el aire, ¿quién garantiza el recomenzar y de nuevo la partida? Un gesto que recoge lo imprevisto, el resquebrajamiento mutuo y desilusionado del cuerpo que queriendo saber se traslada, para decirlo en un lugar donde el yo de nuevo recomienza. Saber infinito imposible, siempre por rehacer y que aporta, quizá, una exploración si no de lugares por otros ya transitados por lo menos este recorrido de innumerables partidas que no hubiera tenido lugar si no existiese el lugar del alto, de la ruptura de la unidad recompuesta para ser puesta a prueba. (2)


III

Al estatuto de la infancia lo continúa el espíritu poético. Un ejemplo de ello lo constituye Pablo Neruda, quien en sus dos últimos años de vida escribe ocho libros de poesía con los que pensaba festejar sus setenta años de vida, en julio de 1974. Uno de ellos, Libro de las preguntas, constituye un ejercicio pleno de curiosidad y asombro, ya mencionados como atributos de la práctica de pensamiento. Dividido en setenta y cuatro secciones, está íntegramente poblado de preguntas que abarcan los más variados fenómenos de la existencia humana y natural.

Una lectura atenta parece sugerir una fuerte continuidad entre el universo infantil y el poético: ¿por qué los árboles esconden el esplendor de sus raíces?; ¿hay algo más triste en el mundo que un tren inmóvil en la lluvia?; ¿las lágrimas que no se lloran esperan en pequeños lagos?; ¿cómo logró su libertas la bicicleta abandonada?; ¿puedo preguntar a mi libro si es verdad que yo lo escribí?; ¿por qué me muevo sin querer, por qué no puedo estar inmóvil?; ¿las hojas viven en invierno en secreto, con las raíces?; ¿quién era aquella que te amó en el sueño, cuando dormías?


¿De dónde viene ese afán de preguntar, esa gran dignidad que se concede a la pregunta?
Preguntar es buscar, y buscar es buscar radicalmente, ir al fondo, sondear,
trabajar el fondo y, en última instancia, arrancar. Ese arrancamiento que contiene la raíz
es la labor de la pregunta. (...) Freud dice, más o menos, que todas las preguntas
que hacen los niños a diestra y siniestra, les sirven de sustitutos de la que no hacen,
esto es, la pregunta del origen. Asimismo, nos interrogamos sobre todo, con el fin de
mantener en movimiento la pasión de la pregunta (...) Interrogar, entonces, consiste
en ponerse en la imposibilidad de preguntar por medio de preguntas parciales. (...)
La pregunta es el deseo del pensamiento. (...) es el llamado a saltar, que no se
deja retener en un resultado. (3)


IV

Se trata entonces de la pregunta por la pregunta, de preguntarse en qué consiste esta práctica de pensamiento, qué pregunta una pregunta cuando lo hace. Aquello que no es sabido y que bajo la forma de interrogante produce otro no saber: lo que no sabemos es adónde nos puede llevar esa fuerza movediza de curiosidad y asombro, ya que como afirma Blanchot, esta práctica nos pone en relación con lo que no tiene fin.

¿Llegaremos a comprender alguna vez lo que realmente queremos saber?



Bibliografía citada

(1) VEGA, D. y otros (2000) Travesías institucionales. Buenos Aires, Lugar Editorial.
(2) KRISTEVA, J. (1988) Historias de amor. México, S.XXI.
(3) BLANCHOT, M. (1974) El diálogo inconcluso. Caracas, Monte Avila eds.

Otra bibliografía consultada

KOVADLOFF, S. (1993) El silencio primordial. Buenos Aires, Emecé.
NERUDA, P. (1975) Libro de las preguntas. Buenos Aires, Torres Agüero ed.
PERCIA, M. (2002) Una subjetividad que se inventa. Buenos Aires, Lugar Editorial