Junio 2006
Sábado 2
Tiempo de vacunación hexavalente. Como en marzo cuando era neonata, vuelven a pinchar a Mora. Esta vez su madre es valiente frente al gigantismo de la aguja asesina. Morita, parapetada con su medicación homeopática, resiste triunfante el embate hipodérmico: no levantó fiebre después, aunque protestó sonoramente durante. Me pregunto de qué la estaremos protegiendo con semejante batería de anticuerpos, si en el océano insondable de las bacterias humanas que habitan este mundo, los contagios son fluctuaciones de olas que se suceden unas a otras, de forma viviente en forma viviente...
Domingo 4
Salida dominguera que se convierte con el tiempo que pasa en un almuerzo en familia. El cochecito traslada a nuestra hijita hasta un ristorante italiano, donde degustamos de una rica carta del Chef, estilista de alimentos bien vistos, un par de sus sugerencias que regamos con vinacho con tupé de finoli. Mora degusta un biberón de la casa (nuestra).
Por la tarde, partimos rumbo al Partido de San Martín de la provincia de Buenos Aires, hacia su Catedral, trasladados en el cuatrimotor de Amalia, una compañera del Grupo de Cámara Vocal Alma Voce, al cual pertenezco. Estamos iniciando el año de presentaciones musicales y se trata de un evento especialmente importante, puesto que es la primera vez que Mora escuchará a su padre cantar los bonitos sones latinoamericanos que éste pretende proferir. Cuando comienzo a vocalizar y ensayar las canciones con el grupo, mi hija me mira fijamente como no dándole crédito a sus oiditos. Le llama mucho la atención que del abrir de mi boca resulten semejantes reverberaciones mezcladas con las de mis colegas cantarines. Luego, sabrá escuchar todo el concierto en vigilia a upa de su abnegada madre, quien me cuenta que en la canción en que canté una parte como solista, mi hija dirigió su cabecita en dirección al lugar en donde me encontraba.
Lunes 5
Comienza a trabajar con nosotros y sobre todo con Mora, la señora Leticia, quien transita la etapa de “aprestamiento” según Débora, que le indica los cuidados de la crianza, la labor a seguir con el batallón de mamaderas y pañales, la distribución del vestuario de Mora en los anaqueles para su ubicación y otros muchos, muchos etcéteras que mi esposa desarrolla dejándole de este tamaño las orejas a la susodicha. Leticia comienza lentamente a cuidar a nuestra hija, le habla y cuando “mi reina”, como ella la llama, decide dormir, prosigue con las labores de aseo de la casa.
Aprovecho mi estancia en el hogar, lejos de las obligaciones laborales, para hablar con mi hija acerca de su crecimiento. Mora atraviesa sus momentos vitales como ejercicios de reconocimiento a través de la expresión resultante de sus percepciones sensibles. Acaso, quizás, con el objetivo de hacer comprensible no únicamente el mundo externo sino su incipiente mundo interior. Le pregunto al respecto y me dice que todavía no, que falta un cacho para eso.
Martes 6
Mora ya tiene tres intensos meses de vida. Recibe calurosas felicitaciones telefónicas de su bisabuela materna, su abuela y tía-abuela paternas, entre otros, que ignora olímpicamente, ya que aún se encuentra más acá del bien y del mal. Debo corregir en su día a mi hija, porque advierto que comienza a emitir una serie de sonidos en dialecto swahili. Le informo acerca de cuál es el continente en que se encuentra, y cuál fue el invasor cuya lengua hoy hablamos.
Ya percibo el espesor de su experiencia vivida: Mora posee un petit-pasado, y yo reúno porciones de experiencia por la paternidad asumida. El pasadito de mi hija ha consolidado en ella varias actividades desde que la fuimos a recibir. Su dedicación a chupar signó sus actividades ya en un comienzo, y con los meses se ha ido complejizando: desde ser la causa de todo su alimento, su máxima fue “chupo, luego existo”. Mi hija chupa. Pero su chupar se bifurca, se va multiplicando. Chupa como medio de expresión, como forma de conocimiento de la realidad, como puente de comunicación, como instrumento proveedor de placer, como modo de indagación de sí. Pero además chupa porque sí, por la dudas, porque se puede, porque es preferible, porque ¿qué se puede hacer, salvo chupar el mundo?
Sábado 10
Luego de algunos cabildeos, decidimos darle un toque de feminización a Mora, que consiste en colocarle unos dos aritos en unas dos orejitas suyas que ella posee. Para tamaño acto, Adriana, mi compinche del grupo vocal, partera ella, nos recomienda a una experta en pinchazos: una enfermera a domicilio, especialista encargada de la aplicación aril. La madre de mi hija, impresionada y tomando conciencia recién en ese momento de tamaña aberración, no puede, no sabe, ni quiere mirar la escena. Sostengo a Mora con hombría y coraje, mientras la fálica enfermera agujerea su cuerpo por dos veces. Mi hija, claro, llora indignada por semejante vejación inconsulta y falta de opinión de su parte. ¡Mora ya usa aritos! Es así nomás, otra muestra de que si de féminas se trata, el subtítulo de su vida ya es y será de aquí en más “El dolor de ser mujer”.

Domingo 11
Decido que realicemos una visita sorpresa a la casa de mi amigo Horacio y su familia, a quien conozco desde mis 12 años. Nada sabe del nacimiento de Mora. Decido que irrumpa lo desconocido para que vivamos la intromisión de lo nuevo, en el horizonte que compartimos de lo ya existente. Mi amigo, ese ser que cuando vino a nuestro casamiento sacó un papel de su bolsillo y dijo, entre otras cosas: “hace más de 30 años que en mi corazón reside un entrañable huésped, compañero de aventuras y de adolescencia. (...) mi corazón aún puede albergar a mi amigo del alma, a Débora y mucho más”. Pues bien, quise que no pasaran más días y conociera el “mucho más” de su premonición. No le perdí pisada a su rostro cuando vio el cochecito entrando con Mora. Me emocionó ver la alegría en su rostro, el balbuceo por la sorpresa y el reproche por no haberle avisado antes.
Lunes 12
Día de duelo hogareño: terminada la licencia de Débora, la susodicha comienza a trabajar. Se trata desde ahora de una madre que inaugura la culpa por el abandono de su hija. La despedida tiene por música de fondo La Traviatta y Madame Butterfly.
Ya por la tarde, nos volvemos a encontrar todos en otra visita al pediatra Dr. Cacho. Seguimos pareciéndole responsables. Fiel defensor de los derechos de los niños, cuando le comento que Mora es inquieta, me retruca: “¿es inquieta o es activa?” Le digo que de ninguna manera, que quise, claro, decir activa. Luego, aprovechando la cercanía geográfica, nos encontramos en un bar para el festejo del cumpleaños ochentilargos de Marcos, el bisabuelo materno de Mora, quien hace las veces de abuelo de Débora. Con su señora esposa Rosa, miran a nuestra hija en silencio con suma atención. También observan cómo Débora, la nietita que supieron criar, hoy está criando a su bisnieta, arropándola, alimentándola y contándole de sus bisabuelos, la Baba y el Sheshe. La vida otra vez nos mece plegándose y fundiendo pasado y presente...
Viernes 15
Visita de la tía santafesina y la abuela paternas. Rápidamente tejen con sus brazos una red amorosa, y se la pasan la una a la otra, caminando a través de la casa, contándole y cantándole a mi hija decena de cosas. También tejen otras cosas: su tía saquitos, bufandas, medias y su abuela chalequitos y gorritos. A Mora la quieren cada día más, es un sentimiento, no pueden parar.
Sábado 17
Mora asiste a mi segundo concierto bucal del año en la Primera Iglesia Evangélica Metodista en la calle Corrientes, al lado del Teatro de Revistas Astros ¡Vaya contraste! En medio de la performance vocalística, mi hija comienza a proferir sonoros lloros. Luego de un rato de tratar de calmarla y acunarla, la madre comprende que había que darle su mamadera lechil: no mostraba su desagrado ante nuestra labor musical, berreaba de hambre, nomás. En este trance, somos escuchados y asistidos por Mónica y Jorge, nuestros fieles amigos, que vienen a escucharme y a ver a Mora y su madre dichosa estar en el mundo. Terminamos todos en Yusef, un restaurante árabe muy apreciado por nosotros. Mi hija decide bautizar el lugar con sus dones intestinales, profusos, inundadores. Somos asistidos en el enroque de pañales, un trance ya usual, por Mónica, quien afirma, rotunda: “se cagó la vida”.
Domingo 18
Hoy es el día del padre, en donde las sensaciones y los recuerdos me producen emociones mezcladas. Soy un padre que ha visto partir al suyo hacia los bellos mundos que fantaseó en sus pinturas. Mi padre, quien me sobrevuela y pervive en ésta, mi novísima función, “tremenda” como él adjetivaba. Soy padre ahora, justo cuando historiadores, sociólogos y psicoanalistas acuerdan que el poder del padre sobre su familia se vuelve cada vez más limitado por la autoridad de la madre y por la ingerencia de la una sociedad –tan preocupada ella- en el hijo, avasalladora en su nombre, por su bien, cuidado y felicidad. La paternidad entonces declina, es insuficiente, un demérito, una inconclusión, hasta una impostura. Debo decir que me importa poco.
La cosa es que para un día como hoy, Débora me preparó amorosamente una sorpresa matutina: un desayuno a domicilio, elaborado y presentado en una cuidada canasta por una casa especializada. Mediante artilugios me hizo bajar a recibirla aduciendo que era el diarero. Cuando recibí su presente en mis manos enmudecí, y camino al ascensor rompí en llanto. Cuando mi amada me encontró en ese estado, la sorpresa fue para ella. ¿Cómo calmar mis lágrimas si en eso suena el teléfono para felicitarme por mi día nuestros amigos Mariana y Pablo? Cómo detener mi llanto si además leo la tarjeta que coronaba la canasta-desayuno, que entre otras cosas decía: “papi, que siempre encuentre a tu lado un refugio amoroso como cuando me llevás pegadita a bailar con vos y cuando sólo de estar en tu pecho me siento amparada”.
Lunes 19
Un feriado más, que me permite charlar con mi hija. Como un peculiar conquistador, le cuento que elegí conquistar no otro, sino mi propio nuevo mundo, el que estamos descubriendo juntos cada día. Ella me dice que hago bien en dejar atrás vetustas creencias, que no importa volver a confirmar la fragilidad de lo firme, que en este nuevo mundo hay que pensar la obstinada permanencia de lo fugitivo, de lo que es, que pronto trocará en otra cosa. También me dice que no piensa parar de crecer y me sugiere que yo haga lo mismo.
Martes 20
La señora Leticia se ausenta de sus labores de cuidadora. ¡Zambomba! ¿Qué hacer? Yo hace rato que estoy trabajando y Débora debe hacer otro tanto... Luego de infructuosos llamados para determinar el paradero de la susodicha, mi esposa afronta su asumida decisión: lleva a su hija al trabajo, y me avisa del percance, para que vaya a buscar a Mora cuando me desentienda de mis labores académicas. Es una ocasión para que en el trabajo de mi señora esposa todos conozcan y alaben a nuestra hija. Cuando logro arrancarla de su madre, salimos al pleno centro hacia el barrio de Tribunales, donde nos espera el transporte subterráneo. La veo recibir la vida urbana: las funciones sensitivas de mi hija galopan de lo lindo. La creación de sus sensaciones comienza en la visión y en el chupar, operaciones cotidianas que le exigen un esfuerzo de comprensión. La información que mi hija recibe a través de sus ojos es un universo expresado en términos de luz, forma y movimiento. La que recibe a través de su boca es otro universo, expresado en volumen, gusto y textura. Su percepción es revelación y apropiación, soy testigo de esos talleres de la creación y de la existencia, que mi hija monta cada día, y que lentamente y sin pausa comienzan a solidarizarse.
Empezamos a dejar de acunar a Mora para que empiece a dormir sola de noche. Queda junto con sus animalitos de peluche: la jirafita Ita y el oso Sinforoso y de a poco va quedándose entredormida. La miramos dormirse como quien mira partir a un ser querido en un buque mercante rumbo hacia Mauritania.
Miércoles 21
Viene nuevamente a Buenos Aires la Gaby, tía paterna de Mora, que aprovechando sus razones laborales, encuentra siempre los tiempos para visitar a su sobrina, a la que cada vez extraña más. Me cuenta que cuando vuelve a sus pagos, retiene en su memoria sensible el aromita de Mora, para seguir junto a ella, y que ya soñó dos veces con ella. Me emociona hondo ver crecer en su corazón el amor por su sobrina, que hace las veces de mi hijita. Mora vive y pervive en su corazón de tía y en mi corazón de padre, reuniéndonos una vez más, hermanándonos a través de esta personita entrañable, hacedora también de amor fraterno.

Sábado 24
Con motivo de asistir al cumpleaños de nuestra amiga Ale, hace su entrada triunfante a nuestro hogar con motivos cuidadores, Judith, la tía materna, diplomada en licenciatura en Maestría Jardinera y futura psicóloga ¡Pero qué muchacha tan apta para la puericultura! Nos vamos tranquilos, dejando a Mora en manos de una especialista, que además trajo a su novio, futuro abogado. Licenciada y Doctor asisten a Mora. Cuando llegamos, en la alta madrugada, veo encantado a la tía cambiarle los pañales a su sobrina, con dedicación y presteza.
Lunes 26
Es mi día, son los lunes cuando Mora y yo estamos juntitos juntitos. Nos ponemos a charlar acerca de los modos sencillos de estar en el mundo. Le pregunto: “¿cómo es este modo tuyo de existencia que no deja marca, huella, cicatriz, porque permanece en estado de fuga?”. Ella, lejos de contestarme, me pregunta acerca de la fusión entre el sentimiento que tengo de la vida que vivimos los tres y la manera en que lo traduzco. Le dijo que yo poseo una ventaja sobre ella: fui hijo. Ella me mira fijo y me espeta: “si, pero no fuiste hija. Y menos hija de un padre como vos”. Pienso cómo me cagó. Luego de cavilar al respecto, llegamos a un acuerdo: su ser hija, mi ser padre, son experiencias íntimas, personales e intransferibles.
Martes 27
Es tardecita fresca. Me quedo con mi hija a cuidarla, ya que su madre asiste a una conferencia de un pedagogo francés que visita nuestro país. Tratando de emular ese evento, decido también brindarle una conferencia a Mora. Transcribo los momentos salientes: “Buenas tardes señorita pi-pío. Ante todo gracias a las autoridades de esta casa por invitarme a divulgar el resultado de mis investigaciones acerca de los secretos del buen vivir y del bello existir. El campesino kabileño de Argelia considera la prisa como una falta de decoro combinada con una ambición diabólica. Notable, ¿verdad pi-pío? He podido establecer que la premura entorpece la memoria y engendra el olvido, mientras que la lentitud construye el tiempo como una obra de arte. He comprobado además, que el camino hacia todas las cosas grandes en algún momento pasa por el silencio. Un biberón a la izquierda, por favor. Es importante tratar de refinar la forma de hacer mal las cosas: es por ello que no hay tiempo como el presente para posponer lo que no queremos hacer, ya que el pasado es un país extranjero, y allí se hacen las cosas de otro modo. En un instante le sirvo su chupete, gracias. La belleza es una fuerza mágica, porque goza de la capacidad de cambiar en otra cosa aquello que toca. Creo que producimos belleza cuando vivimos sin querer desembarazarnos de las acciones apresuradamente. Quizás la vida esté hecha de las pequeñas acciones y quietudes que llevamos a cabo. Bueno, no sé si alguien tiene preguntas, pi-pío, por ejemplo... (...) Siendo así, me despido de usted. Buenas tardes”.
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