El apasionado de Mijail Bajtín nos dejó una obra fecunda que aún hoy sorprende por lo vanguardista de sus análisis. Excesivamente conocido en los ámbitos universitarios por su concepto de Género Discursivo más que por otras de sus contribuciones, sin embargo voy a proceder a también hacer uso de él, violentándolo, por supuesto. Abrevaré entonces en la vulgata, pero haciendo la siguiente torsión: ocurre que se ha escrito tanto sobre los géneros discursivos como producciones estables y reconocibles propias de cada uno de los ámbitos de la cultura, se han producido tantas clasificaciones y subclasificaciones, que quiero ya no decir nada más acerca de la producción escrita, sino acerca de la producción lectora, planteando que el lector, en su búsqueda intensa, también lleva a cabo una actividad estable y reconocible de carácter personal que es el subrayado, el trazado que rescata del fluir incesante de la escritura, aquello que hace resonar su espíritu y que busca detener. Quien lee, co-funda un mundo ya ofrecido, pero lo habita con su modo de vivir, comienza una forma de existencia simbólica que lo hace residir de una manera sensible a través de aquel mundo que lee, creando otro paralelo.
Fragmentos, nuevas totalidades incompletas, los libros se tornan en obras amadas que mutan en formas sensitivas propias de cada lector. Marcas de amor. Rúbricas de lector. Un mundo fuera del tiempo, un mundo absoluto, como todo lo que amamos con pasión: sensibilidad sensitiva, sensibilidad inteligible. El lector al subrayar funda otro discurrir, con líneas discontinuas, discretas, descosidas de la matriz linguística del escritor.
El subrayado es un trabajo artesanal revelador del espíritu del leyente, del vidente de sí en el espíritu de la obra, vidente del espíritu de aquellas criaturas inexistentes, que se materializan en los ojos del lector, ojos que insuflan vida, presencia, a través de esas líneas emanadas, trazos de un camino que susurra un sendero sutil, continuo y abrupto a la vez. Un sendero de apropiación, un sendero en el que se dejan huellas, donde se hace reconocible la presencia de un testigo.
Quien subraya busca y se busca. El lector busca arrancarle voces a ese desconocido que se le presenta y que lo habita, lector que blande su mano marcando lo que sus ojos iluminan en el papel pero también en su interior, produciendo un texto espiritual. Una biografía a partir de una narración que no habla del lector, pero que éste la torsiona hacia sí, para hacerla comenzar a hablar. Marcas de apropiación, que enlazan otra voz, para que encabalgue otro relato, disperso, alternado, elíptico.
El subrayado como género discursivo es la autobiografía a través de otros rastros, un despertar en la ajenidad para tornarla familiar. El despertar del texto por el abrir de ojos, la actualización de una obra que produce otro obrar, la de la mano que sostiene con líneas aquello que produce un resonar palpitante, casi amenazante, descubridor del alma que transita la superficie textual.
“Lo que está callado en la página vigila tanto como lo que habla, o todavía más”, dice Cristófalo. El lector hace hablar al texto, para que el texto también hable de él. Diálogo textual, diálogo vital. Suspensión de al temporalidad cronológica, del espacio social. Inauguración del tiempo leído, fundación de un espacio interior, extensión invisible.
Vayan de aquí para arriba entonces, los subrayados que me supieron constituir en lector, en lento viviente de una vida propia lejana y próxima, cotidiana y desconocida, la que canta, la que se espanta.
jueves, 24 de mayo de 2007
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