Hermann Hesse - Demián
Leído por vez primera en 1976, cuando tuve 15 años.
Muy pocos saben hoy lo que es el hombre. Muchos lo sienten y, por sentirlo, mueren más aliviados, como yo moriré aliviado cuando termine de escribir esta historia.
No soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave y armoniosa como las historias inventadas: sabe a insensatez ya confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos.
(...)
Dos mundos fluían allí confundidos; el día y la noche venían de dos polos diferentes.
Uno de tales mundos se reducía a la casa paterna, y ni siquiera la abarcaba toda, sino que, en realidad, sólo comprendía a mis padres. Este mundo me era bien conocido en su mayor parte: se llamaba madre y padre, se llamaba amor y severidad, ejemplo y escuela. Sus atributos eran un suave resplandor, claridad y limpieza. Las palabras cariñosas, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas costumbres tenían en él su centro. En él se cantaba el coral matutino y se festejaba la Nochebuena. En este mundo había líneas rectas y caminos rectos que conducían al porvenir; había el deber y la culpa, el remordimiento y la confesión, el perdón y los buenos propósitos, el amor y la veneración, la palabra de la Biblia y la sabiduría. En este mundo debía uno mantenerse para que la vida fuese clara y limpia, bella y ordenada.
El otro mundo comenzaba, sin embargo, en medio de nuestra propia casa y era completamente distinto, olía de otro modo, hablaba de otro modo, prometía y exigía otras cosas. En este segundo universo había criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores de escándalo; había una abigarrada marea de cosas monstruosas, atrayentes, terribles y enigmáticas, cosas como el matadero y la cárcel, hombres borrachos y mujeres escandalosas. (...) en derredor nuestro existían todas esas cosas bellas y espantables, salvajes y crueles (...) en todas partes brotaba y fluía este otro mundo impetuoso, en todas partes menos en nuestras habitaciones, en donde estaban mi madre y mi padre. Y esto era excelente. Era maravilloso que allí, en nuestra casa, hubiera paz, orden y reposo, deber y buena conciencia, perdón y amor, y era maravilloso que también existiera todo los demás, lo estruendoso y agudo, sombrío y violento, de lo cual podía uno huir en un instante, refugiándose de un salto al lado de la madre.
Lo más singular era que los dos mundos confinaban uno con otro, estrechamente yuxtapuestos.
viernes, 25 de mayo de 2007
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1 comentario:
¡Muy bueno!
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